Schengen
es un nombre europeo que sirve para designar la dialéctica entre
la libertad de los europeos en sus fronteras interiores y la inseguridad
y/o represión de los extranjeros de los países emergentes
en las fronteras exteriores. Con retraso espectacular aprendí este
significado cuando en un viaje en tren desde Viena en dirección
al sur de pronto un sujeto joven y bien vestido abrió la puerta
del compartimento y exclamó:
--¡Schengen! ¡Schengen! --y me apuntó con una insignia
metálica oval exigiendo mi pasaporte.
Después de sobrevivir la dictadura de Pinochet es dificil sorprenderse
y sin levantarme de mi asiento le pregunté:
--¿Es usted policía?
--Sí –dijo y volvió a mostrarme la placa metálica
que colgaba de su cinturón.
--¿Puedo verla? -dije colocándome los lentes, y me levanté
y me incliné para mirarla porque mi desconfianza se formó
imperecedera cuando en mi país policias y militares se tornaron
en los mayores representantes de la inseguridad ciudadana. Todavía
hay centenares de procesos contra esos oficiales y clases por las graves
violaciones a los derechos humanos. Cuando comprobé que en la placa
efectivamente se leía policía, le pasé mi pasaporte.
Lo miró y luego se lo mostró a una colega que en un computador
portátil tecleaba mi nombre para averiguar si figuraba entre aquellos
que no pueden habitar los países europeos integrantes del espacio
Schengen.
En
total serían alrededor de 10 policías de la Europol los
que alcancé a ver. Previamente habían detenido el tren para
realizar el chequeo. Estábamos a unos cuantos kilómetros
de Viena, sobre ninguna frontera ni puerto, ni estación martítima
ni aeropuerto. No, era un tren con un recorrido interior normal.
Por eso luego que me lo devolvió el pasaporte chileno le dije:
--Soy periodista y quisiera saber porqué se revisan los pasaportes
ya no en la frontera sino en un tren común que viaja en territorio
nacional.
--¡Schengen!, ¡Schengen! --repitió antes de desaparecer.
Ajá, pensé, he aquí el Muro de Schengen, un muro
movible, que puede erigirse en un tren en marcha, ser representado por
barcos en movimiento y naturalmente en todas las fronteras exteriores
e interiores. El Muro de Berlín perfeccionado.
Schengen, nombre de una localidad de Luxemburgo, es conocido por muchos
sino por todos los europeos. Representó la supresión de
fronteras entre los países signatarios del acuerdo de Schengen.
Por eso si vivo en Alemania puedo viajar a Italia o Austria sin notar
siquiera que existen fronteras. Eso está bien, sin duda, pues elimina
trámites burocráticos y crea, en rigor, un espacio común
en todo sentido.
El problema es que Schengen se sigue desarrollando a pasos agigantados
sobre todo en la esfera judicial y policial común, enfilada hacia
los extranjeros.
Pocos
días después de ese incidente del tren conversé con
un europeo. Le pregunté si conocía el nombre Schengen.
--¿La frontera Schengen?, naturalmente –me dijo.
Le conté el incidente y comentó:
–Seguramente cuando viste entrar a los policias sobrevino en tu
mente todo el pasado de tu país bajo dictadura.
Le dije que sí, de ahí proviene mi desconfianza, pero los
que más sobrevinieron fueron los extranjeros muertos en el Mediterráneo,
cifra que supera con creces los muertos que trataron de atravesar el antiguo
muro de Berlín.
--Sí, eso tiene que ver, por supuesto –dijo.
Le hice notar que el control fue sobre un tren de un recorrido normal,
donde no había frontera alguna.
--Sí, eso es raro –dijo inmutable.
Reconozco que reaccioné con indignación ante los policias.
Y sucedió no sólo porque venía de ver el penacho
de Moctezuma en el Museo Etnológico, sino porque allí en
Viena son varias las muertes de extranjeros, africanos en particular.
El caso de Omofuma es emblemático. Este joven murió asfixiado
cuando lo expulsaban del país, pues en el avión los policias
le taparon la boca y la nariz con alguna franja de pegamento. Así
falleció, cuando hacía esfuerzos inauditos por respirar,
mientras los policias conversaban, los pasajeros también, absolutamente
ajenos a ese drama individual, africano, colectivo.
Pero la cuestión de la corona o el penacho de Moctezuma y una exposición
sobre la la cultura de Afganistán me habían no sólo
conmovido sino también airado. Cuando existen conocimientos históricos
y sensibilidad, el entrar a un museo en Europa es una sesión de
ensenanza, de sufrimiento.
¿Cómo ligar la corona de 400 plumas del pájaro sagrado,
el Quetzal, y sus incrustaciones de oro, con Shengen?
„Si
regresara la corona sería un precedente increíble, un lío
de todos los diablos, los museos se quedarían vacíos“
Wilfred Seipel, director del Museo de Historia del Arte, Viena.
El penacho
de Moctezuma se exhibe en el Museo Etnológico como una de las piezas
de gran valor de diversas muestras de las culturas suramericana, centro
y norteamericana. Además, durante enero todavía, es posible
ver una exposición sobre el Afganistán.
La corona de Moctezuma, como se la conoce, es enorme, vistosa, impresionante
en sus coloridos. Ocupa una pared en el fondo de una de las salas.
Si usted, en el museo, arrienda un fono que carga la información,
oirá que esa no es la corona de emperador azteca. Esa es en rigor
sólo una conjetura, pues aunque no se puede probar que sea la corona
de Moctezuma, tampoco se puede configurar lo contrario. En todo caso es
una corona emblema de una cultura, que usaban altos dignatarios entre
los aztecas.
¿Cómo llegó a un museo de Viena? Nuevas interpretaciones.
Se dice que Hernán Cortés, después de asesinar a
Moctezuma, la envió de regalo a Carlos V, rey de Espana, integrante
de la casa de los Habsburgo. Ese habría sido el nexo para llegar
la corona a Austria.
Pero la interpretación correcta es que corresponde a una pieza
llegada a Europa bajo los marcos del colonialismo. En eso no hay donde
equivocarse. Es una pieza de origen colonial, saqueada cuando los espanoles
y corsarios, piratas y bucaneros, europeos de origen, robaban las riquezas
de los países bajo su dependencia. Nadie puede dudar, en todo caso,
que la corona de Moctezuma es una objeto de la cultura mexicana y por
tanto pertenece a ese país. Pero Austria dice que es suya. Aunque
no puede ostentar títulos de propiedad.
Desde hace ya muchos años se ha formado un movimiento,
en el que participan aborigenes de Mexico, que reclaman la devolución
del penacho para instalarla en el Museo Nacional de Antropología
instalado en las antiguas dependencias de los Moctezuma. Pero Viena es
sorda.
Sin embargo, en algún momento, en 1996, el presidente actual de
Austria, Tomas Klestil, escuchó este rumor. Fue antes de realizar
un proyectado viaje a México. Y en una discusión sobre el
tema dijo que sería una muy buena idea llegar a México con
la corona de Moctezuma, como un regalo a un país amigo que fue
el único que no reconoció oficialmente la anexión
de Austria por Hitler.
La declaración del presidente levanto polverada cultural. Los administradores
de esas riquezas, normalmente se llaman directores de museos o de academias,
pusieron el grito en el cielo. Devolver el penacho era imposible.
Peter Kann, director del Museo Etnológico, dijo: „La
corona es nuestra, forma parte de nuestro patrimonio cultural y no hay
ningún motivo para devolverla a México“.
¿Patrimonio cultural? ¿Se imagina un personaje vestido con
abrigo verde y pantalón de cuero usando una corona de plumas de
un Quetzal?
Otro dijo que en Mexico los indios se mueren de hambre en las calles,
y a un Estado como ese no iban a devolver el penacho. Es correcto, pero
esa afirmación no tiene respaldo, pues está emitida por
un representante de un poder, el europeo colonial, que casi exterminó
a los aborígenes.
Pero, además, ¿cuáles son los gobiernos dignos a
comienzos del siglo XXI? ¿Qué país tiene una historia
carente de trabajo esclavo, de campos de concentración o genocidios?
Son, quizás, contados con los dedos de la mano.
Pero fue don Wilfred Seipel, director del Museo de la Historia del Arte,
el que dio en el clavo para explicar el vivo rechazo austríaco
a esta devolución. En medio del debate el dijo lo siguiente: „Si
regresara la corona sería un precedente increíble, un lío
de todos los diablos, los museos se quedarían vacíos“
1.
Esa es una gran verdad. Los museos se quedaran vacíos. Comprobación
acertada de la rapiña colonialista, pues muchos sino todos los
objetos de los museos de las principales capitales europeas tienen esa
condición.
¿Y cómo estamos en casa? ¿El ejército chileno
llegó a Lima? ¿Saqueo? ¿Y qué pasa con los
miles de libros peruanos? ¿Y con el Huascar?
Sería un lío de todos los diablos, realmente, pero de una
dignidad inconmensurable. Ese mundo es también posible. No le quepa
ninguna duda. Pero se necesitan otros seres, más humanos.
Pero ¿y la anunciada conexión con Schengen? Bueno, creo
que Schengen es la continuación posmoderna de la politica colonial.
Los que provenimos hoy de los países emergentes seguimos siendo
los bárbaros de ayer.
M.Gómez
S. Fines primera semana enero, 2004.
1
)
Ver debate sobre la corona en http://www.geocities.com/yankuikanahuak
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