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El terrorismo mediático en Chile

 

           

LA HORA DE LOS PERIODISTAS

ANUNCIADORES DE LA MUERTE

 

 
 

 

Mi país / 31
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Hay noticias que alegran y refuerzan el creer en la justicia en la tierra. Y más si provienen del propio nido que recoge, selecciona e interpreta el quehacer noticioso.
Digo esto luego de leer que la novela sala de la Corte de Apelaciones rechazó por unanimidad la apelación del periodista Claudio Sánchez involucrado en un proceso por colaborar con la DINA (Gestapo de Pinochet).
Las denuncias y procesos incoados por familiares o sobrevivientes de la dictadura militar han producido procesos judiciales en los cuales debieron declarar algunos periodistas colaboradores de la dictadura.
También el Colegio de Periodistas en Chile investigó el rol de esos periodistas y medios informativos que violaron el código de ética que regula la profesión.
En un sumario del Colegio aparecen vinculados a una operación montada por la DINA los periodistas Claudio Sánchez. Julio López Blanco, Roberto Araya Silva, Vicente Pérez Zurita y Manfredo Mayol Durán.
Claudio Sánchez y Julio López Blanco participaron en un montaje de la DINA. Fue un enfrentamiento inventado para “legitimar” el asesinato de siete personas detenidas y torturadas hasta la muerte en Villa Grimaldi.
Los periodistas mencionados mostraron en la televisión este supuesto enfrentamiento producido entre agentes de la dictadura con militantes del MIR y del Partido Comunista en noviembre de 1975.
Uno de los involucrados declaró que el libreto se lo entregó la DINA.
Judicialmente se estableció la falsedad del enfrentamiento y la justicia procesó como autores de homicidio calificado a los capos de la DINA, todos integrantes del Ejército, empezando por Manuel Contreras, Moren Brito, Krassnoff  Martchenko,  Basclay Zapata, Ferrer Lima y Wenderoth Pozo.
Los periodistas mencionados fueron objeto de interrogatorio judicial como colaboradores de la DINA.
Y  como resultado del sumario realizado por el Colegio de Periodistas fue expulsado el agente y periodista de la DINA, Roberto Araya Silva.
Julio López Blanco, Claudio Sánchez y demás fueron amonestados públicamente y suspendida la colegiatura por un año. Sanción débil y simbólica, aunque con valor moral.
El montaje de este supuesto enfrentamiento para explicar el asesinato premeditado tras tortura de siete personas es conocido como el caso de la Rinconada de Maipú.
No fue el único montaje de la dictadura militar. Operación Colombo tiene las mismas aristas. 119 opositores se habrían matado entre sí. El titular de un diario de la cadena mercurial “Exterminados como ratas” es el símbolo que representa a esos medios, a la derecha y al ejército que actuó como su brazo armado. Porque la responsabilidad represiva es institucional como avalan las noticias de los procesos en curso.

Yo recuerdo como así fuera hoy a estos “periodistas” que fueron las estrellas televisivas de la dictadura militar de Pinochet en los primeros años de dictadura, tanto en el canal 7 como en el 13.
Naturalmente que esos periodistas eran parte de una enorme estructura donde trabajaban el engaño profesionales y técnicos, moderadores y productores.
Muchos otros periodistas optamos por el camino de luchar por el restablecimiento de la democracia y las libertades, especialmente la de prensa.
Mientras escribía las noticias verdaderas bajo clandestinidad asistía al siniestro espectáculo de la presentación de la mentira en la que destacaron Sánchez y López Blanco.
Yo describí y escribí sobre las ideas y los sentimientos que me rodeaban en esos años tan duros de llevar.

En un texto extenso me refiero, en parte, a mis impresiones de esos días.

“Cuando miraba la televisión sufría ataques de epilepsia y desde el suelo, revolcándome en movimientos espasmódicos, veía un cara pálida, un rostro pintado de blanco que leía las noticias más siniestras con alegría, con ojos que miraban fijamente, sin pestañar. Era el anunciador de la muerte.
Mientras se realizaban ejecuciones, en la televisión se improvisaban simulacros de discusión. El conductor de siempre organizaba las conversaciones mientras el eterno productor atisbaba los menores gestos y ordenaba a los mozos, con simples movimientos de sus pobladas cejas, pasar el trapo entre los pies de los participantes porque, oh milagro, chorreaban sangre y la cámara indiscreta podía mostrarla.
Directores, productores, conductores y locutores eran tenaces,  duros de morir, como Bruce Willis, valientes, porque jamás conocieron la cobarde limitación de la vergüenza, inteligentes, porque desde niños comprendieron que la moral es ecuménica, talentosos, porque antes de que naciera la propaganda sabían que el camino es la meta, en fin, narices largas, con capacidades para sentir las mínimas vibraciones subterráneas y acomodarse para subsistir.
No faltaron quienes los asociaron a esos animalitos, objetos de estudio humano por esa habilidad milenaria de sobre vivencia ante las peores calamidades naturales, y tan injustamente asociados a imágenes malsanas.

Durante los primeros meses del nuevo régimen mi amiga Elisa pasaba a visitarme en las mañanas, antes de irse a clases a la facultad, y se colaba en mi cama, pues sufría a causa del frío.
Mientras se apegaba a mi cuerpo para tratar de capturar calor me informaba: Mi hermano fue trasladado al estadio nacional, fuimos a atisbar desde las rejas, pero no lo vimos; hoy echaron a la directora del departamento y llegó el poeta premunido de todos los poderes a cumplir, tal vez, uno de sus sueños, ser jefe.
Espantoso, comenté, cómo pudo hacer eso si es buen poeta, cómo va a borrar ese artefacto; Quién sabe si no se manchará más firmando la exoneración de más profesores del departamento, dijo.
Elisa sólo soportó algunos meses, el sol no la calentaba, yo tampoco, padecía de un frío interior, y hacer el sexo fue triste, decidió irse; No puedo, dijo, jamás me acostumbraré a vivir en estas condiciones. Se marchó a Europa desde donde nunca regresó. Jamás la volví a ver.

En esos días de espanto me encontré con un  compañero de facultad, Ignacio, y sentí mucha alegría porque él siempre había sido un inventor de historias fantásticas, un personaje de la mitomanía estudiantil de la época.
En aquellos tiempos, antes del golpe, cuando conversábamos en el recreo,  Ignacio nos sorprendía cuando decía:
--Anoche recibí una llamada desde Cuba.
Quedábamos expectantes, él disfrutaba ese silencio, hasta que alguno caía y rompía el encantamiento:
--¿Y quién te llamó?
--Fidel --respondía.
Se producía un nuevo silencio, más largo, mientras nosotros estábamos a punto de explotar, él miraba en otra dirección, al parecer algo más interesante atraía su atención, volvía el rostro e impasible decía:
--Una invitación personal para la próxima celebración del 26 de Julio.
La pausa se estiraba, y el remataba.
--Pero no voy a ir.
--¡Chuchas!--la exclamación era inevitable. A veces lo ovacionábamos.
Si estaba presente Guillermo éste era uno de los pocos que se reía en su cara, pero lo admiraba sin limitaciones y lo calificaba de talento natural que muy raras veces se tiene la fortuna de encontrar en la vida.
En varias oportunidades propuso realizar encuentros con Ignacio para conversar sobre sus habilidades mitómanas. Decía que él y el trotsko eran dignos de estudio. Pensaba que habría que elaborar un libro sobre ellos, porque eran una rareza.

Pero ahora Ignacio estaba triste y era económico en el lenguaje:
--Supiste, a Enrique le reventaron los testículos, a Carlos le quebraron los brazos, a Víctor le metieron setenta tiros, a Mario lo arrojaron al mar junto con Carlos...
Cuando terminó su relato ambos tuvimos una sensación de alivio, sonreímos.
Ignacio tenía ahora una mirada profundamente humana. Era posible leer lo que pensaba y sentía. Era una sensación asombrosa porque el golpe había aventado la paja, las formas histriónicas, ahora era todo sentimiento y sinceridad.
Incluso hablábamos en voz baja, no hacíamos bromas, valorábamos nuestra condición de sobrevivientes, comprendíamos que participábamos de un funeral nacional, formábamos parte de un pueblo en duelo.
Y, así, cabizbajos, almas doloridas, culos irritables, intercambiábamos informaciones sobre las perforaciones aparecidas en la cabeza, y afirmábamos que se había hecho más pesado el levantarse y el caminar.
Era el cansancio natural de la guerra, pues todas las noches mirábamos pasmados al locutor con su cara maquillada con tiza que leía los partes militares con descubrimientos de nuevos arsenales mientras un mayor explicaba el tipo de armas y el poder de fuego que tenía el enemigo, nosotros, y al cual había que aniquilar.
Esas armas las había visto sólo en películas, y me sobrecogía el plan que nos atribuían, inventado de la serie televisiva El Zorro, y me espantaba saber qué gente más mala había entre nosotros y que cosas más horribles planeábamos hacer con el pobre país.
Obviamente, en ese marco televisivo, muchos se alegraban de las noticias porque era obvio que merecíamos ser detenidos, torturados, confinados, expulsados; merecíamos las balas, ser dinamitados, ser arrojados al océano; merecíamos que nos quebraran las muñecas y nos golpearan hasta la muerte.
Todo eso se merecían, decía el periodista que leía en las sombras. Blanco, con los ojos fijos, tan pálido, ese albo informador de la muerte y de la buena nueva contaba sobre otros atroces sucesos que querían protagonizar los izquierdistas y alababa a los héroes históricos que, una vez más, salvaban a la patria.

Ese rostro momificado representaba el odio sin barreras, el triunfo de la muerte sobre la vida, la fuerza sobre el espíritu, lo militar sobre lo político.”

Miguel Gómez S.
Mediados junio 2008

 

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