Una serie de indicios refuerzan mi certidumbre de que el ejército chileno esta todavía penetrado de pinochetismo lo que convierte en imperativo democrático el refundar esta institución que, bajo esa forma, representa un peligro para la estabilidad nacional.
La corrupción ideológica y económica ejercida por el general Augusto Pinochet echó raíces en la institución. Pero esa corrupción de la oficialidad durante el régimen militar creció en un nicho ya en proceso de descomposición.
La responsabilidad de la derecha en esa podredumbre es manifiesta; esas fuerzas políticas convirtieron al ejército y otras ramas de la defensa nacional en el brazo armado de sus intereses. Las reacciones en las fuerzas armadas para evitar esa manipulación fueron ejemplares excepciones.
La refundación del ejército representa el retomar el legado de O`Higgins y a partir de Portales realizar una profunda revisión crítica de la trayectoria del ejército.
Menciono a Portales porque él castró el latinoamericanismo que definió la fundación de la república en cuyo establecimiento lucharon no sólo chilenos.
El país necesita un ejército más latinoamericano y más chileno, con fuerzas políticas más soberanas en su quehacer. Lo cual exige una revisión crítica de la relación histórica entre política y fuerzas armadas.
El Ejército, después de OHiggins, se amamantó del racismo ilustrado europeo, enseguida operó bajo la batuta alemana y después con la potencia imperial de turno, los Estados Unidos.
Obviamente no fueron decisiones sólo de política militar. Normalmente el ejército actuó como reflejo no pasivo sino activo de las políticas conservadoras. No puede alegar inocencia, pues el sector militar ha devenido cada vez más como factor político. Gran responsabilidad tiene, por ejemplo, el que aún se mantenga como dependencia tecnológica y militar de Estados Unidos. Es público que los norteamericanos ahora manipulan con descaro esa pérdida de soberanía.
Mientras el ejército no se opere del pinochetismo no es mi ejercito, y, por tanto, la afirmación del comandante en jefe, Oscar Izurieta, de que ahora el ejercito es de todos los chilenos no me representa.
LA CORRUPCION INSTITUCIONAL
La corrupción del ejército producida durante los 17 años de régimen militar-derechista es profunda, y sobrepasa lo imaginado. Los procesos en marcha horrorizan a toda persona humanista.
A pesar de todas las maniobras para tapar verdades y obstruir la justicia se suman evidencias que dan forma al siniestro sistema militar: aparte de lo ya conocido, se devela que el ex-presidente Frei habría sido asesinado, y cada día surgen nuevas informaciones en los casos Riggs, Huber, narcotráfico, etc.
Entretanto los altos oficiales procesados por asesinatos, exportación ilegal de armas y demás crímenes, viven en prisiones doradas. Un sin número de antecedentes muestran la corrupción de un sistema político instaurado y mantenido por las Fuerzas Armadas.
Ante los hechos que arrojan las investigaciones judiciales suena risible sino trágico el atribuirle a las fuerzas armadas el rol de garantes del cumplimiento de la constitución y las leyes. La derecha llegó hasta a fabricar la etiqueta propagandista de que representaban la reserva moral de la patria.
Expresiones individuales de la corrupción general salpica a la institución por todas partes. La mayoría de los altos oficiales en cuanto pasan a retiro arrojan las máscaras formales y aparecen como lo que son: derechistas que todavía justifican el Auschwitz en Chile.
La imagen más cabal de la corrupción de las fuerzas armadas es la de Pinochet. Derrumbado, mira con ojos desorientados, a ratos carece de memoria, tiene fases de demencia y de lucidez, según él, y se acumulan pruebas y procesos de asesinatos y del saqueo del erario nacional. Nadie, nunca en la historia de Chile había sido acusado de robar tanto. Toda una familia surge, según esos indicios, como millonaria a costa de los impuestos de todos los chilenos o del narcotráfico producido en dependencias militares.
La declaración del comandante en jefe, general Oscar Izurieta, de que el ejército, ante el inexorable deceso de Pinochet, debe rendirle honores militares es una afrenta a las víctimas y a la mayoría de los chilenos.
Los argumentos de Izurieta son que mientras Pinochet no sea condenado se le presume inocencia y que se le debe rendir honores como a cualquier ex comandante del ejército, según lo establece el reglamento.
La presunción de inocencia, en el caso de Pinochet, es una frase hueca y absurda. Con ese criterio ¿vamos a presumir que nunca existieron chilenos fusilados, desaparecidos, exiliados y/o torturados bajo la dictadura militar de Pinochet? ¿O antes del Nüremberg el mundo debía presumir la inocencia de Hitler y su estado mayor?
Incluso acríticos dudarían de la afirmación de Izurieta de que Pinochet ha sido como cualquier otro comandante del ejército. ¿O debemos pensar que cualquier comandante puede pisotear la constitución, dar golpes de fuerza y empezar a matar compatriotas y terminar saqueando el erario nacional?
En los dichos de Izurieta no estamos ante el candoroso apego a la ley y a los reglamentos; forman parte de una cadena de declaraciones y actitudes de personeros uniformados dirigidas a legitimar las atrocidades del régimen militar.
Las manifestaciones contra el juez Baltasar Garzón de uniformados en retiro y los dichos de la senadora derechista Evelyn Mathei son expresiones del contubernio entre la derecha fascista y parte del ejército. Los privilegios de los oficiales procesados y el ocultamiento de información del Alto Mando ante requerimientos judiciales se suman a esta cadena .
ANIMACION DE VERDADES
La situación del ejército no es puntual, corresponde a la lógica de un proceso histórico que luce gallardías y oculta iniquidades.
Es indudable que desde la mitad del siglo XIX en adelante los conservadores y liberales operaron bajo el contexto europeo y norteamericano.
Esto significa que el invento francés del concepto civilización, con sus determinantes cristianos y occidentales, fueron ingeridos como mosto con aguardiente.
Durante ese período no fueron clasificados los seres humanos entre buenos y malos, como ahora con Bush, sino entre civilizados y salvajes.
Europa y los norteamericanos asumieron que la historia progresaba y ellos eran obviamente con los que estaban adelante. La razón simple era su condición de ser superiores, el resto se ubicaba en niveles de inferioridad.
A partir de esa formulación los gobiernos chilenos y sus fuerzas armadas, muy fundidos, se dieron la tarea de formar parte de los superiores. Para tal objeto había que cumplir varias tareas, una de las cuales era civilizar a los salvajes y si éstos no se adaptaban había que exterminarlos. Todo lo cual se realizó bajo una andanada de argumentos racistas.
El coronel Saavedra y el general Pinto desarrollaron una guerra ofensiva y como no podían exterminar a todos los mapuches, por la rebeldía y movilidad de éstos, incendiaron sus chozas, sus sementeras, en suma, todos sus recursos para sobrevivir. Y usurparon sus posesiones. La muerte y la pobreza generalizaron enfermedades. El genocidio estaba terminado.
Paradoja es que la “chilenidad” de signo derechista se formó sobre la base de negar y denigrar no sólo a los mapuches o “cholos” sino a los propios chilenos. Porque la idea fue reemplazarlos por colonos europeos: alemanes, ingleses, franceses, suizos, y otros, digamos seres superiores que se encargarían de marchar con la idea del progreso, del comercio y de las industrias. Se les entregaron las tierras usurpadas.
Esta tarea cumplieron en Chile los gobiernos de los presidentes Pérez, Errázuriz Zanartu, Pinto y Santa María; los ministros de la Guerra, Federico Errázuriz y Francisco Echaurren y los altos jefes militares que actuaron directamente en el terreno, el coronel Cornelio Saavedra, que figura en la lista de los héroes del ejército, y el general José Manuel Pinto. El empresario del genocidio fue un Bunster.
Como se puede advertir hasta los apellidos traicionan. Admito que no sólo pienso en el jefe de la iglesia.
El conflicto y antagonismo creado por los gobiernos entre esos colonos y los mapuches aún tiene formas de sobre vivencia. Sólo la ignorancia puede favorecer los dichos racistas de Jorge Luchsinger Viliger, propietario del fundo Santa Margarita, y uno de los principales acusadores de mapuches actualmente procesados. El definió al mapuche como depredador. Su abuelo fue uno de los colonos que recibió 60 hectáreas, una yunta de bueyes, una vaca parida, semillas y maderas. La familia era, sin embargo, voraz y pronto tuvo 120 hectáreas y después más de mil. Muy progresista.
Entretanto se juega con símbolos de un pueblo real que, discriminado por la república, con dirigentes encarcelados, apenas sobrevive.
No tengo nada en contra de que el Museo Histórico y Militar firme un convenio con la comisión Bicentenario para el lanzamiento de animaciones de cuentos indígenas. Pero más importante sería que animará la verdad de las relaciones entre el ejercito y los mapuches en su historia y en el presente.
QUE EL EJERCITO BAILE LA CUECA
Algún lector o lectora podría preguntarse si puede la historia ser tan simple y reducirse a menos de dos páginas. Seria una inquietud que yo también compartiría, porque la historia es compleja. Lo que sucede es que los lineamientos que escribo son los ausentes de la oficial.
No es simple el comprender que Alonso de Ercilla y Zúñiga no ahorra adjetivos en la Araucana para expresar su admiración por los mapuches mientras que presidentes y ministros chilenos declaran en el siglo XIX que es una raza carnicera y enemiga de la civilización.
Y como queda escrito el ejército logró los propósitos políticos de civilizarlos con fusiles, granadas y cañones importados: Spencer, Minié, Comblain, Krupp, símbolos eternos de la civilización y el progreso que hoy, con otros nombres, llevan la libertad y la democracia a pueblos salvajes o atrasados en Irak, Afganistán o Líbano.
Para resumir: creo que es hora de que las fuerzas armadas empiecen a bailar la cueca y no las partituras dictadas desde el extranjero como las abyectas definiciones de “seguridad nacional” o la del “enemigo interno”.
Necesitamos un ejército que tenga el honor de ser más chileno, más latinoamericano y que tenga la capacidad de observarse a si mismo y retomar el legado de los padres de la patria.
Recuerdo que cuando murió el general Javier Palacios Ruhman, enterrado en junio de este año, se le rindieron honores militares. Este general tuvo fama por su escueto telegrama enviado luego de asaltar, en 1973, el bombardeado edificio presidencial: “Mision cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto.”
El general Palacios había declarado en forma reiterada su admiración hacia la junta militar formada después del golpe de 1973 por la rapidez de su ejercicio.
Pero fue una tarea muy pesada dijo, y se les fue complicando el panorama. Seis años como máximo le hubiera dado yo. Seis años y mi querida institución estaría en un prestigio muy alto y al general Pinochet estoy seguro que lo estarían aplaudiendo.
Tamaña estulticia, más allá del estereotipo militar, no deja de asombrar. Porque justamente en esos seis años, desde 1973 hasta 1979, la dictadura cometió la mayor parte de las barbaridades que aún repugnan a la conciencia humana mundial.
Jorge Martínez Bush, que oficiara de almirante de la Armada y de senador designado, sigue desenrollando la madeja: --Está bueno que digamos de una vez por todas a todo Chile ¿Hasta cuando se hace escarnio de las Fuerzas Armadas que durante 17 años cumplieron con su deber? –ha dicho.
Hasta cuándo estos uniformados harán mofa del sano entendimiento de los chilenos, diría yo. Una revisión crítica de la relación con los mapuches, las causas del extravío del espíritu latinoamericano y el genocidio del siglo XX deben ser objetos de estudio. Y terminar con el cuento de los contextos que pueden explicar procesos o fenómenos, pero nunca justificar ni legitimar crímenes. Sería una gran contribución al Bicentenario reemplazar el decir por el hacer, y, por ejemplo, dar solución a la aspiración marítima de Bolivia para ir desterrando la ideología militarista-racista de la identidad nacional.
Miguel Gómez S.
Septiembre, 2006
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