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Canto a desaparecidos
Mi país / 15

  

  Durante el período del aniquilamiento en Chile, entre 1973 y 1977, conocí y compartí horas de trabajo clandestino con opositores a la dictadura de Pinochet, muchos de los cuales si no todos, fueron detenidos y la mayoría desapareció para siempre.
  Los recuerdos yacen vivos. Los reaniman las noticias referidas a los procesos que actualmente se siguen contra militares o civiles autores y/o cómplices de crímenes de lesa humanidad.
  Ahora el juez, Juan Guzmán, inició el proceso y dictó orden de arresto contra el ex-subsecretario y ministro del interior de Pinochet, Enrique Montero Marx. Este sujeto ofició como alto personero de la dictadura en los años de la inquidad, desde 1973 hasta 1983.
  Después de 1983 asumió como asesor legal de El Mercurio, diario que ha alentado y defendido los crímenes sociales y políticos en Chile. Empezando por el genocidio de los mapuches en la segunda mitad del siglo XIX.
La causa del proceso al entonces coronel de la Fuerza Aérea de Chile tiene que ver con su complicidad y cooperación en la Operación Colombo que representó la escenificación del asesinato de 119 chilenos desaparecidos.
  Montero no es el único que hasta ahora se había escapado a la necesaria justicia. Hay muchos otros integrantes del Estado Mayor de la dictadura, civiles y militares, que circulan libres y disfrutan de bien abonadas funciones.
  Mucho he escrito sobre ese tenebroso período de la vida de muchos chilenos. Opositores que conocí y desaparecieron, como Martínez, detenido desaparecido, personaje de la vida real, hecho ficción. En esos años negros y sin esperanza.

„Martínez ya no está, ¿por qué tú? ¿por qué dejamos que te apresaran? tú eras imprescindible, contigo se fueron los aportes de generaciones, te llevaste la representación mejor lograda del patrimonio cultural. Pero no, no digo lo justo, tú elevaste ese patrimonio acumulado en décadas de sacrificios innumerables, encierros prolongados, destierros inhóspitos, palizas en cuarteles, elaboración política y teórica conjunta y ese patrimonio, Martínez, es irrecuperable. Ya nunca volveremos a ser los mismos, es una ruptura definitiva, con tu detención algo se acaba. Para mí, para siempre.
Quizás debiste salir al extranjero, tú afirmaste que una de las reglas era no prolongar más de tres años los trabajos de una dirección clandestina, dijiste que más tiempo sería una imprudencia, pues ellos van atando cabos, ¿por qué no lo hiciste? ¿qué te unía tanto a este país? y ahora, Martínez, ¿con quién repasarán sus tareas de gramática tus hijos? No no puedo decirlo, es duro, durísimo, pero quizás se acostumbrarán a vivir sin ti, pero no, ningún hijo puede vivir sin su padre, si éste ha sido digno. Y tú lo eres, tú lo has sido, Martínez, Sí, se sabrá de tí, respetarán tu memoria...
No, no te preocupes, Martínez, son lágrimas de hombre, dicen que a veces hace bien llorar, ¿sabes? yo necesito hablar contigo, pues, a veces, creo que aún estás con vida, pero no, es absurdo, a hombres como tú no les permiten vivir, aunque saben que tú jamás empuñaste un arma, Martínez, pero con armas te matarán.
Quiero decirte que los aparatos creados sobrevivieron, estaban unidos con manos expertas, y cuando tú desapareciste no nos desesperamos, mantuvimos una serenidad desconocida, yo ni siquiera cambié mi trabajo, aquél que tú conocías, esa cobertura legal de la cual te hablé tantas veces; malo, dirías, pensarías que estaba atropellando una regla y que enseguida debería haber destruido esa legalidad y buscado otra, borrar ese pasado, construir otra historia. Pero cuando fue detenido José tú hiciste una reunión en el mismo lugar que habíamos fijado con él, comentaste que ese viejo no hablaría re-nunca, y, claro que no habló, y ¿por qué deberia haber pensado de manera distinta sobre tí? Por eso no abandoné mi trabajo legal. Me negué a borrar nuestra historia. Nunca segaré ninguna historia.
Tu detención la sentí como un mazazo, no quería creerla, me resistí, pero vinieron las evidencias, y buscamos esclarecerla enseguida, porque había que tomar medidas de inmediato, sobre la marcha, como tú decías; Martínez.
Me conmovió tu detención, pero también me vino una furia inmensa, una ira que había que enmarcar en tareas urgentes, y en una dura normalidad, sí, porque, es cierto, inicialmente hubo dolor, estupor, desorientación, pero los detuvimos, y seguimos editando documentos que habían sido aprobados, el periódico y otras publicaciones. Tu equipo siguió funcionando, trabajabamos intensamente para ocupar nuestra mente y nuestro cuerpo, por eso publicamos más que antes, queríamos decirles que si bien te habían detenido habíamos otros que levantábamos la misma bandera, y los cubrimos de papeles y enviamos documentos a los diplomáticos y a la prensa nacional y extranjera, a los dirigentes políticos, a oficiales y suboficiales, y atropellamos la norma de la periodicidad porque si no ¡qué hacíamos con nuestros sentimientos y nuestras manos!
Martínez, yo sabía que jamás te volvería a ver; pero hoy me visita, nuevamente, tu sonrisa abierta de esa primera reunión política a la que asistí, tú procedimiento para analizar el periódico y ese libro de gramática que sacabas de ese ajado y viejo abrigo. Lo lamento, siento no haberte dado las gracias por habernos conocido y por ese almuerzo en tu casa, porque me agradó que habláramos de las plantas y los árboles, y de los aspectos interesantes de la vida en provincia. Cosas comunes, tan trascendentales.
En fin, Martínez, la máquina recuperó su marcha, el trabajo lo hacíamos con decisión, pero en mí se había producido un cambio... empecé a odiar. No es un buen sentimiento, claro que no, pero sentí tu desaparición como una pérdida personal, como si también se muriera una parte de mi mismo, y creo, Martínez, que con las sucesivas desapariciones iba también desapareciendo yo; es absurdo, lo sé, pero era un hecho que estaba perdiendo fuerzas, y sentí por primera vez en mi vida un sentimiento de indefensión, como si fuera niño al cual se le puede castigar.
Martínez, la verdad sea dicha, me domina una gran debilidad, provocada por soledad y otros lugares comunes, y, a veces, me parece estar rodeado por seres que tienen el poder de agigantarse, que pueden asumir mas-caras, y me amenazan y tengo miedo, Martínez, pues me veo arrinconado en una habitación, donde yazgo desnudo, y allí cubro mis ojos con mis ojos, agobiado de mirar, Martínez, porque es como si se hubieran acabado las estaciones, siempre el mismo cielo, noches bajo idéntica luna, las calles, los negocios, la gente no cambia, Martínez, ¿acaso la dictadura ha detenido la vida? No, naturalmente que no, devarío, lo sé, pero qué puedo hacer cuando domina lo elemental, primitivo camino con la maza, y me siento cristiano entre los romanos, hereje entre los cristianos, infiel en la hoguera, protestante bajo católicos, católico entre musulmanes, judío ante germanos, palestino entre judios, y así, sucesivamente, puedo escuchar los crepitares, los odios, los estruendos, los gritos de dolor, los helicópteros artillados, las intolerancias, los bombardeos aquí y allá, y no dejo de adivinar las llamas, sufro cada dolor mundial, como civil, me agoto, Martínez... No soy ni puedo ser soldado, jamás lo seré, me aferro a mis derechos, a tus derechos, al quinto mandamiento, al artículo tercero y los que lo acompañan...
Martínez voy a confesarte algo, mi alma está colmada de dudas, nunca te conté, pero en estos años de dictadura he vivido entre libros, en un mundo de otros, de aquellos que regalan o venden ideas, y ellos me llenaron de dudas, y las dudas, Martínez, no sé si las dudas me han debilitado, o mi debilidad busca las dudas, pero ahora hablo de mí, y eso no quiero... es que, Martínez, me pregunto por qué no tuvimos más incertidumbres, tú creerás conmigo que sólo los soldados no deben tener dudas, y cuando los soldados las tienen al matar personas también matan las dudas, y las entierran con esa sangre, es su compromiso, su complicidad mayor... pero no soy soldado y no puedo tranquilizarme ante la falta de dudas en mi vida pasada, Martínez, es desasosiego, malestar, clave, quizás, porque éramos perfectos en marchar hacia la sima, aunque tal vez no era fatalidad.
Martínez, tú eras lo seguro, comprendes, eras mi referente, la casa que habitaba después de abandonar la mía, el muro que protegía mis audacias mínimas, y con tu detención y con tu muerte, también segura, han derribado ese mundo, advierto la caída de pilares en mi conciencia; absurdo, dirás, pues el mundo no puede caer cuando cae una persona, sí, tal vez dices la verdad, porque hay verdades en vitrinas, donde es ciego el que no quiere ver, y esas otras, esas que se mueven a lo largo de desfiladeros, esas que pueden ser destellos de siglos, o días, o segundos, esas debo buscarlas cada día, y distinguirlas bien, sí, Martínez, debo seguir en este tránsito, nunca atrás, clavarme en lo humano, Martínez, ahí me clavaré, debemos ser tenaces con algunos símbolos, perseveraremos...


( de la novela „Prende la vela memoria mezquina a futuro“. Miguel Gómez S.)

21-02-2005

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