El entusiasmo de la derecha por el presente y su rechazo ante quienes recuerdan hechos de la pasada dictadura militar colabora a la comprensión sobre el deber moral de recordar.
El argumento de la derecha es que la memoria acerca de la dictadura militar produciría daño y dividiría a los chilenos. Estima sólo aquella memoria que exalta las glorias del pasado en guerras protagonizadas por el ejército.
Lo que no es comprensible es que sectores que se reconocen en el campo de las víctimas, directa o indirectamente, caigan en esa trampa y comiencen a participar del jolgorio por la reconciliación con el crimen.
Son aquellos que “huyen de la memoria”.
Yo creo que nadie pretende vivir sólo del pasado traumático aunque tampoco, por cierto, por asentar el olvido. Me refiero a la necesidad del ejercicio de la memoria crítica activa.
Dicho esto quiero analizar como se manifiesta esta dialéctica con dos ejemplos recientes que unen pasado presente de manera digna, ausente de complicidades con los verdugos.
Empezaré por explicar el título de este comentario.
El viernes 13 y sábado 14 de abril se realizó la ceremonia de duelo y de despedida de tres personas que fueron detenidas en el Palacio de la Moneda en septiembre de 1973, torturados en el Regimiento Tacna y ejecutados en el Fuerte Arteaga.
Oscar Lagos Ríos, Juan Vargas Contreras y Julio Moreno Pulgar estuvieron junto al presidente Allende y combatieron en defensa del régimen constitucional. Ninguna causa más digna que haber luchado contra “el sistema más atroz de corrupción moral” que hemos tenido en toda la historia de nuestro país.
La ceremonia de despedida fue organizada por la Agrupación de Familiares de los Detenidos Ejecutados y Desaparecidos del Equipo de Seguridad Presidencial del Dr. Salvador Allende.
El caso de Fuerte Arteaga, ubicado en Peldehue, Colina, es emblemático, pues el alto mando militar, en 1978, ordenó hacer desaparecer los cadáveres. Los militares emplearon explosivos y mediante excavadoras “limpiaron” el lugar.
Sin embargo, declaraciones de participantes permitieron la reconstrucción.
A los familiares de las víctimas de Fuerte Arteaga sólo entregaron fragmentos, 00.02 gramos de los restos de sus seres queridos.
Cualquiera persona con una sensibilidad normal debería sentir alguna conmoción y tendría que comprender el por qué no puede existir conciliación con este tipo de crímenes ni menos con sus portadores.
Ni olvido ni perdón porque ese sector criminal que habita en nuestra sociedad no sólo no reconoce su inhumanidad sino que aún la justifica.
Además, es claro que el ejército, en esencia, no ha cambiado. Las señales son obvias. La más reciente ha sido el paso del comandante en jefe del ejército al gobierno de la derecha de Sebastián Piñera.
La importancia del deber moral de recordar puede explicarse claramente con lo sucedido con el general retirado de carabineros, Iván Andrusco.
Este sujeto fue nombrado por el presidente Piñera como director general de Gendarmería.
La memoria crítica se activó y denunció que Andrusco, durante la dictadura, integro la DICOMCAR, organismo relacionado directamente con el secuestro y degüello de José Manuel Parada, Santiago Nattino y Manuel Guerrero.
La presión democrática y moral forzó la renuncia del general retirado, Iván Andrusco.
Un buen ejemplo del la fuerza social que sostienen los valores morales, ante todo el respeto a los derechos humanos.
No resulta sorprendente el apoyo que recibió Andrusco del ministro de justicia y de parlamentarios de la UDI y Renovación Nacional.
De ese sector surgieron los asesinos, civiles y uniformados. La memoria elaborada por este sector elitario (“los dueños de Chile”) les dio la justificación doctrinaria. El poder de las armas les confirió impunidad a sus aberraciones.
Los dos casos comentados, vividos durante el mismo tiempo calendario, reavivan la memoria democrática.
Las víctimas son los sujetos más importantes en las tragedias. Olvidarlas representa siempre un grado de complicidad con los verdugos y la sociedad que los produce, afirman eminentes intelectuales.
Miguel Gómez S.
Tercera semana abril, 2010.