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SEBASTIAN PIÑERA, DISFRAZ QUE ALEGRA A SICARIOS DEL ESTADO

La elección del empresario de derecha, Sebastián Piñera, como presidente de Chile, trae aparejado el retorno al poder de los sicarios del Estado, aquellos que actuaron bajo la dictadura de Pinochet.
Es conocido el dato de que de los votantes de Piñera sólo el 14 por ciento tiene una actitud crítica  ante lo que fue esa dictadura.

Dicho de otra manera: la mayoría de quienes eligieron a Piñera es aún afecta a la dictadura militar que se caracterizó por crímenes de lesa humanidad y corrupción ilimitada.
Son seguidores de la línea del principal partido del gobierno de Piñera, la UDI, que fue bastión político de la dictadura. Esta colectividad, hasta ahora, no ha reconocido su responsabilidad política en las torturas, ejecuciones, crímenes y desapariciones. Su discurso busca cubrir con un velo de impunidad a los ejecutores.

El dirigente de este partido, senador, Jovino Novoa, quien fuera colaborador directo del régimen militar, ya criticó el que se mantengan abiertos  procesos contra los sicarios del Estado.
Este hecho esencial para la comprensión de qué tipo de gobierno tendrá Chile, fue velado por las exquisitas maneras con que se relacionan las cúpulas políticas.
Tras la elección los protagonistas principales de la política nacional parecieron ser doctorados en New Public Management  pues reprodujeron modales versallescos en su quehacer político. Abrazos, felicitaciones, augurios...

Creo que la derecha logró uno de sus objetivos principales en la estrategia política desarrollada: legitimar su disfraz de fuerza democrática, echarle paladas al tema de los derechos humanos, y presentarse como la principal fuerza del cambio y de un futuro mejor.
Combinó  el nombre Alianza para el Cambio con el demonizar las “monsergas del pasado” referidas a las demandas de plena justicia.  La gente fue convocada a olvidar. Las alusiones a la dictadura y sus continuadores fueron expulsadas del lenguaje de la propaganda y la política.

Y como espectadores de una obra de de teatro del absurdo, sobre el mantón de la impunidad, la realidad exhibía datos nuevos sobre, por ejemplo, el asesinato del ex presidente Frei.

Sobre tales “excesos”, como  nombran el asesinato los sicarios del Estado,se pretende suprimir la memoria e instalar el olvido social.

Los familiares de las víctimas y las fuerzas progresistas pueden seguir rememorando en la intimidad de sus hogares, en ruedos de amistades, etc, pero no en forma pública ni menos institucional.

 

LA CULTURA DEL TERROR

La imagen de Sebastián Piñera, como persona que busca consensos a través del diálogo, no corresponde a la realidad de un derechista, mucho menos aún a los políticos de la UDI.

Es el disfraz perfecto y lo más probable es que busque palomas adictas a los ministerios y/o subsecretarías para completar la nueva fachada.
Lo real es, sin embargo, que la derecha, civil y uniformada, no reconoce los crímenes de la dictadura militar. Y sus partidarios destilan odio y cinismo en las páginas de El Mercurio cuando se refieren a las víctimas.

Mantienen que  fue un régimen militar autoritario que salvó al  país del caos y del comunismo. Así como en la segunda mitad del siglo XIX nombró Pacificación de la Araucanía al genocidio étnico mapuche. 
En ambos casos operó la cultura republicana del terror y el sector social que lo realizó es el mismo, pues hasta los apellidos de la “elite” se repiten.
La actual derecha, civil y uniformada, es la misma; sólo cambió el terrorismo estatal por formas institucionales sujetas a leyes dictadas, entre otras el sistema binominal, por la misma dictadura.
Reemplaza la guerra directa por modales versallescos con el único afán de lograr el poder para mantener privilegios.

Si insertamos en este cuadro el apoyo que recibió Piñera de los escritores Jorge Edwards y Roberto  Ampuero comprenderemos perfectamente su significado.
La primera aclaración indispensable es que no todo escritor es un intelectual.
Creo que ambos son personajes sincrónicos a jornada completa.
Porque nadie que se titule “intelectual” puede no considerar el factor histórico de la llamada chilenidad en los 200 años de vida republicana.

Y echar de menos un debate sobre el muro de Berlín y no sobre el actual muro europeo a la entrada de inmigrantes es... impublicable, señor Edwards.  
Apoyar a Piñera  avala la impunidad que junto a la doctrina correspondiente conforman la cultura del terror  made in Chile.

CONCERTACIÓN DE ERRORES

Recuerdo que a propósito de la discusión sobre el Instituto de Derechos Humanos una dirigente de las organizaciones de familiares de víctimas de la dictadura criticó al gobierno de Michelle Bachelet al afirmar que era “un gobierno de símbolos”.

Mi memoria grabó la definición. Me pareció apropiada pues expresa una parte de la verdad para formar un concepto del gobierno que periclita.

Es comprensible la crítica  mencionada porque no se han cumplido todas las expectativas de las organizaciones de derechos humanos. Tampoco las del pueblo mapuche, entre otras.

Pero negar los mejoramientos realizados por los gobiernos de la Concertación en los 20 años de ejercicio del poder sería tan absurdo como refutar los niveles de desigualdad social imperantes en el país.
Además, creo que los símbolos tienen también una importancia extraordinaria. Forman parte del imaginario y la lucha actual asume, principalmente, ese carácter. Por ejemplo, en relación con la memoria que no ceja en alertar a las nuevas generaciones acerca de lo sucedido en nuestro país.

Y la memoria se alimenta también de símbolos materiales como los museos, nombres de calles, estatuas, archivos, etc, aquellos elementos instalados en el espacio y en el tiempo tras una selección apropiada.

Obviamente no se trata de vivir del pasado, sino de integrarlo al presente para garantizar que en el futuro no reaparezcan los Pinochet, los Guzmán, los Contreras o los Guatón Romo.

El Museo de la Memoria, por ejemplo, irrita a la derecha que pretende igualar los desordenes producidos por ella misma y la CIA, durante el gobierno de Allende, con el terrorismo de Estado de Pinochet.

Otro factor que habla del gobierno de la Concertación, contradictorio en sí mismo, es que la presidente Bachelet se va con más del 80 por ciento de apoyo. Esta cifra evidencia un porcentaje significante de derechistas que la celebran.

Sobre los resultados de la elección sólo diría que fue como si se hubieran concertado para producir errores. Estos ya han sido suficientemente ventilados de manera que sería contumacia insistir.

Por último pienso que la generación que no vivió gobiernos de derecha ahora comprenderá los matices que los diferencian de aquellos que son de centro izquierda.

Y creo que más allá de los patéticos llamados de izquierdistas legendarios para votar por Frei, aquellos que no votaron o votaron nulo representan un nuevo sector de izquierda nombrado progresismo.

Un comentarista sostuvo que Marco Enríquez-Ominami logró en ocho meses lo que no ha logrado la izquierda en 20 años.

Se puede argumentar que él no representó un genuino programa de izquierda. Pero, ¿acaso la izquierda puede aspirar al poder sin una política de alianzas?

Miguel Gómez S.

Inicios última semana de enero, 2010.
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