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Mi país / 32

el alma de los verdugos

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EL JUEZ GARZÓN, LOS SICARIOS DEL ESTADO
Y SEBASTIÁN PIÑERA

Cuando terminé la lectura del libro “El alma de los verdugos”  del juez baltasar Garzón y el periodista Vicente Romero, empalmó la noticia que Garzón acogió la querella en contra de Lucía de Pinochet, ejecutivos del Banco Chile  y  otros  por alzamiento de bienes y blanqueo de dinero.
Esta determinación corresponde a una ampliación de la querella contra Pinochet y altos cargos (civiles y militares) de la pasada dictadura militar por los delitos de genocidio, terrorismo y torturas.
El libro de Garzón, el proceso contra el pinochetismo y las reiteradas declaraciones del candidato presidencial de la derecha, Sebastián Piñera, a favor de los verdugos de la “la gran familia militar” son eslabones de una misma cadena.

Empiezo por el libro, “El alma de los verdugos” donde el juez de la Audiencia Nacional de España, baltasar Garzón, y el periodista, Vicente Romero, profundizan en el análisis de la psicología de los sicarios del Estado. Se trata de los militares y civiles que cometieron las mas graves violaciones a los derechos humanos en los años setenta y ochenta en América Latina..
Nadie mas calificados que ambos profesionales para tratar y exponer opiniones fundadas sobre crímenes de lesa humanidad. El uno que, como juez en ejercicio, procesó a verdugos de regímenes militares del Cono Sur y mantuvo detenido en Londres al dictador, Augusto Pinochet; el otro, como periodista español autor de libros e investigaciones, entre otras la represión de la dictadura argentina. Por su trabajo ha recibido numerosas distinciones.
De esta conjunción humana nace el libro “El alma de los verdugos” que leí motivado por explicarme aún más la historia y el presente de mi país.
Bien sé, por experiencia propia, que durante la dictadura militar se rompieron todos los límites no sólo legales sino simplemente humanos. Y a muchos aún nos acosan interrogantes sobre quiénes fueron esos verdugos.
El análisis, en el libro, se centra en la experiencia de la dictadura militar argentina, pero lo sucedido en ese país es calcado con lo ocurrido en Chile o Uruguay. La doctrina y los procedimientos militares tienen una fuente común.

En Chile los torturadores  no nacen el día del golpe militar, el 11 de septiembre de 1973. El verdugo ya estaba formado pues empezó, desde ese mismo día, a quemar libros, fusilar, torturar y hacer desaparecer a miles de personas. Por tanto en nuestro país ya existía una cultura del terror.
Al torturador, aquí y allá, se le proveyó de dos armas: una doctrina  y la impunidad sobre sus actos.
La doctrina la estudio en las academias y/o escuelas militares norteamericanas y en los regimientos. Ésta delineó al enemigo, el subversivo, llámese marxista, comunista, socialista o mirista. Lo importante era y es la existencia de un amplio estereotipo que hoy puede tener el registro de extremista o terrorista.
Naturalmente tras esta doctrina, “occidental y cristiana”, existen organizaciones económicamente poderosas que subrayan el estereotipo con sus medios de información y propaganda.  
Este conjunto inyecta el odio al “enemigo” o “demonio”en la conciencia habitual de muchos y fortalece la de los verdugos que sienten orgullo al formar parte de una cruzada. Y aquellos torturadores que tuvieron “debilidades” de conciencia, fueron tonificados con las palabras del capellán o algún cura Hasbun que mintieron sobre la parábola del sembrador. Transformaron a los verdugos en los ángeles que separaban  la cizaña del trigo.
La segunda arma que se entrega al verdugo es la creación de zonas o espacios libres de derechos, como dice el juez Garzón. Un lugar donde no existan leyes. Sólo están el verdugo y su víctima a la cual tiene que aniquilar porque es el enemigo. Y lo hace porque sabe que cuenta con la impunidad que acrecienta, en muchos, su tendencia o predisposición hacia la crueldad. Y cuando borra las primeras barreras, si alguno las tuviera, ya no se detiene, sino que irá más y más lejos...tan lejos que anonada a cualquiera persona normal al conocer sus actos de cobardía y crueldad.
Los torturadores no son enfermos. Como se dice en el libro que comento, son seres normales con deformaciones de conducta creadas por una ideología y permitidas por la impunidad que les confiere el poder militar dictatorial.
Algunos realizan su “trabajo” en horarios de oficina como cualquier otro funcionario del Estado. De ocho a diez torturan, salen a beberse un cafecito, vuelven a su labor, a mediodía van a sus casas, almuerzan con su mujer y sus hijos, e incluso, como se relatan víctimas algunos llevan a sus retoños a la “oficina”. Otros se violentan, gritan y torturan, y más tarde pueden tranquilamente charlar con su víctima, si ésta aún vive.  
Tales son los sicarios del Estado.

Un aspecto  que revela claridad  y no perturbación entre los torturadores  es la asociación que hacen, durante sus faenas, con las atrocidades nazi.
Así por ejemplo, el capitán Hans Schernberger, durante algunas de sus sesiones de tortura, en el sur, cuando ve el extremo al que ha llegado, exclama con júbilo patriótico: “¡Se me salió el nazi, mierda!” 
Al otro lado de la cordillera, el capitán de corbeta, Adolfo Francisco Scilingo, argentino, relató ante el juez Garzón su participación en los vuelos de la muerte. Él calculó que alrededor de 4 mil prisioneros fueron lanzados al mar. Según su confesión, participo en dos vuelos, uno cargado con 13 prisioneros, otro con 17. Drogados, fueron desnudados y ya en el vuelo relata el oficial de la Armada:
“Cuando estaban todos desnudos, todos desnudos y digamos semiapilados, desprolijamente puestos ahí, quedó una escena copia fiel de alguna de tantas fotos de judíos durante la Segunda guerra Mundial, del nazismo. Yo pensé, mientras miraba a esas dos chicas tan jovencitas: “Qué habrán hecho” . Y no es que lo diga ahora, porque se lo he contado a muchos. Yo pensé: “Esto parece una foto nazi”. Si existe la transmisión del pensamiento, ahí se produjo; porque el otro oficial que estaba conmigo me dijo: “Esto parece el nazismo”.  
Scilingo declaró ante Garzón y fue procesado en España. La fiscal, Dolores Delgado, pidió una pena de 9 mil años de reclusión. Finalmente fue condenado a 640 años de cárcel.
La fiscal dijo que “son crímenes que no tienen perdón y son crímenes que no tienen olvido; y no deben tenerlo para que no vuelvan a suceder”.
En el libro de Garzón y Romero aparecen testimonios de los vuelos de la  chilenidad. Entre otros el del mecánico de helicópteros, Juan Molina.  Se repite la historia, los rieles atados a los pies, envueltos en sacos. La única diferencia es que primero los lanzaban drogados, vivos, después muertos los abrirían.

Durante la lectura del libro de Garzón y Romero no dejé de asociarlo a las declaraciones de Sebastián Piñera y la organización de verdugos en retiro con las cuales ha mantenido reuniones.
Piñera promete preocuparse más de su situación, acelerar los juicios, etc. En Internet los sicarios aluden al compromiso del candidato de poner punto final a los procesos.
Piñera dijo a los militares en retiro que hará un gobierno de unidad nacional, que destruirá lo que nos divide y construirá puentes hacia el futuro.
Tras esta demagogia está el reafirmar la doctrina y la impunidad, bases de reproducción de los verdugos. La “unidad nacional” para Piñera se obtendría  mediante la liberación de los sicarios del Estado.
Quiere hipotecar el futuro, pues con el punto final dejará la puerta abierta para los próximos heroicos actos de servicio militar: la tortura, ejecuciones  y desapariciones.

Entretanto, otro eslabón en este tema es la aparición de los soldados que en tiempos de Pinochet debieron servir como conscriptos. Se han organizado y piden al Estado reparaciones. Dicen que fueron forzados por el régimen militar a participar en torturas y ejecuciones y piden compensaciones por el “daño sufrido”.
En las primeras declaraciones de esos ex conscriptos y sus descendientes se advierte que existe un cúmulo de informaciones, un verdadero vertedero que deberá caer sobre los altos mandos del ejército y las demás ramas de las fuerzas armadas.
El deber de estos ex conscriptos es contar todo lo que hicieron o fueron forzados a hacer. Porque, como se ha dicho, lo que no se cuenta no existe. La derecha y el alto mando militar justamente han tratado, por todos los medios, de ocultar informaciones para que no exista el relato. Es deber de estos ex soldados conscriptos romper el pacto de silencio que aprobaron y aún mantienen.
El régimen militar llevó a los “valientes soldados” al mayor envilecimiento conocido en los doscientos años de la  republica. Muchos de estos ex soldados, conscriptos durante la dictadura, declaran que en estos años han sido estigmatizados y discriminados. Les gritan “asesinos”, “carniceros”, etc. Si estas declaraciones  fueran verídicas sería una señal de buena salud en el país.
El candidato de la derecha, Sebastián Piñera, quiere enterrar toda información, y como no puede, opta para que  en el Museo de la Memoria no sólo estén presentes las víctimas de la dictadura sino también los “mártires” de las Fuerzas Armadas.  
Lo cierto es que la justicia en la medida de lo posible ha sido un mínimo, y eso se siente en las calles, pues todavía las transitan los torturadores.   Como escribió Jacques Amery, tras Auschwitz,  “el aire está viciado por la respiración de los verdugos.”
Por eso no puedo sino alegrarme, como chileno,  que el juez Garzón haya puesto un grano de esa realidad del pinochetismo, siempre latente, en medio de unas elecciones presidenciales donde el tema, en medio de la campaña electoral,  debiera estar en un plano aún más destacado.
 “Si no se puede hacer justicia y los asesinos no pueden estar en una cárcel presos, que todo el país sea su cárcel, y que les hagamos sentir que son asesinos y que están en la cárcel” dijo una hija de padres desaparecidos y adoptada por militares. El “padre” adoptivo, alto oficial, abusó de ella desde los cinco años de edad. Este testimonio figura en el libro del juez Garzón y el periodista, Vicente Romero, que contienen líneas de análisis sobre derechos humanos que es imprescindible considerar.
El aposentamiento de la indiferencia en esta materia es, naturalmente, ganancia de la derecha que se afana por lograr el punto final. La búsqueda de la verdad sobre los desaparecidos nos pertenece a todos, lo mismo la exigencia de justicia y el establecimiento de la memoria colectiva en contra del olvido social.

Miguel Gómez S.

Inicios diciembre 2009

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