Sonrío
con agrado por su presencia y por satisfacer el hambre con tan buena merienda
compartida con los inocultables sentimientos que flotan sobre la mesa
y mientras sorbo el té caliente acaricio una de sus manos. La miro
con malicia.
Nerviosa intuyo lo que ahora querrá; no obstante también
sonrío pues me place esta atmósfera del silencio satisfecho
creada después de beber el té, de comer el pan negro que
proviene de una desconocida casa de María Rain, y de saborear el
queso del Drautaler.
Reposo sobre la silla y de soslayo miro el reloj y advierto el inexorable
avance de la hora y entonces digo : vamos. Presiono su mano.
No sé cómo se origina este estado tan idiota ni de dónde
vienen esos escalofríos que convierten mi cuerpo en un temblor
inmanejable cuando él dice vamos.
Me levanto y la invito con la mirada. No dejo escaparla. Advierto en ella
ese prematuro nerviosismo y me imagino que a continuación hará
una serie de movimientos inútiles para tratar de retrasar el escape
de sus emociones. Ese tiempo lo tengo calculado.
Me suelto de su mano y digo que iré al baño. Veo mi cara
enrojecida, temblores me sacuden. Levanto la falda y me siento intranquila.
Escucho que grita que vaya.
Cuando entra cojo su mano para sentarla junto a mí sobre el sofá.
Paso mi brazo izquierdo sobre sus hombros. Estoy algo inquieto, pero no
me extraña porque ella está hoy extraordinariamente asustada.
El miedo aparece en sus ojos y un temblor interminable estremece su cuerpo.
Trato de tranquilizarla. La estrecho con ternura.
El toma ese aparato negro y lo dirige hacia el oscuro triángulo
del rincón y cuando ya no puedo controlarme empiezo a sollozar
porque él finalmente contacta el programa de noticias con sus crueldades
y horrores de siempre. Oculto mi cabeza en su cuello y le suplico que
no siga torturándome.
En
cierta oportunidad dije a mis hijos que no siguieran viendo películas
de horror. Me contestaron: Y ustedes, ¿cómo cada día
miran el noticiero? ¿por qué ustedes sí y nosotros
no?
Siempre he repetido que si bien somos básicamente iguales existe
una multitud de diferencias entre la condición de padres y de hijos
y que el advertirlas, evaluarlas y respetarlas ha sido y es un fin, en
su buen sentido, de la actividad humana.
La televisión cuando informa sobre el horror no inventa sino refleja
realidades. Pero si la función de los directivos y de los comunicadores
sólo fuera el reflejar la realidad no tendría ninguna justificación
su profesión. ¿Para qué estudiar durante años
una carrera? ¿Para ser meros retratistas de lo que acontece?
Después de vivir algunos años en Europa y conocer el trabajo
de los medios de comunicación, advierto que no tengo existencia
personal ni tampoco tienen existencia nuestras instituciones, gobiernos,
Estados. O para ser más exactos, tenemos una existencia precaria.
A veces aparecen en la televisión tumultuosas sesiones de parlamentarios
de algún país tercermundista donde los legisladores exhiben
sus cualidades para darse de golpes o tirarse del pelo. Se supone que
así dirimen sus diferencias políticas o tales son los procedimientos
para elaborar las leyes.
También la televisión se solaza exhibiendo el desarrollo
de alguna guerra y exhibe a hombres, mujeres y niños tan famélicos
como los sobrevivientes de los campos de concentración europeos
al término de la segunda guerra mundial. Naturalmente no excluyo,
ni mucho menos, programas bien logrados en el tratamiento del hambre,
los conflictos y las guerras.
Otras formas de existencia que tenemos para el principal medio de comunicación
son las catástrofes naturales y humanas: terremotos, inundaciones,
terrorismo y comercio de drogas.
También he comprobado que informaciones importantes de países
latinoamericanos son ignoradas sistemáticamente. Si me guiara por
lo que dice el noticiero debería llegar a la conclusión
que nuestros países son los más aburridos del mundo, pues
nunca producen noticias.
A cualquiera persona bien nacida le indignaría este, al parecer,
calculado falseamiento de nuestra realidad. Por desgracia este enfoque
corresponde a una política de Estado, porque pecaríamos
de ingenuos si no dijéramos que de alguna manera el pensamiento
y la actividad de sus principales instituciones se refleja en la orientación
informativa.
En numerosas oportunidades miré el programa televisivo buscando
algo de América Latina. Es inimaginable pensar en encontrar alguna
información de Chile. En los últimos años las dos
únicas noticias que escuché fueron relativas a fenómenos
climáticos: una que en Santiago, nuestra capital, había
nevado y otra sobre inundaciones.
El
mundo es para el ciudadano común de este país, naturalmente,
Austria, Alemania, Italia, algunos otros países europeos y, obviamente,
Estados Unidos. Esta visión está en estricta consonancia
con los intereses económicos lo que significaría que existe
una traslación mecánica del intercambio comercial hacia
la política exterior. En menor medida está presente Japón.
Los países vecinos, del Este, son considerados cuando se desarrolla
en ellos algún conflicto o alguna guerra. Entonces Europa nombra
a una personalidad relevante o comisiones que corren a apagar un incendio
que no contribuyeron a prevenir.
Cuando existe alguna información sobre América Latina, Asia
o África es casi invariablemente de carácter negativo. El
criterio que prevalece en las jefaturas periodísticas es que aquellos
países que no registran grandes hechos anormales, de carga negativa,
no son noticia. Cuando un presidente chileno viajó a Europa la
especialista en América Latina de „Der Spiegel“informó
que no fue entrevistado porque „Chile es un país políticamente
en orden y por eso no interesa“. En este caso la superficialidad
de la afirmación sobre la realidad chilena fue demostrada con el
cúmulo de sucesos que se registraron posteriormente alrededor de
la detención de Pinochet en Londres.
Pero fue un corresponsal del „Frankfurter Allgemeine Zeitung“
el que con mayor precisión definió los criterios informativos
cuando dijo que „Chile es un país que avanza, socialmente
atrasado, pero políticamente estable. Por eso no se escribe sobre
Chile y eso es algo bueno, porque cuando un país está en
la mira de la prensa internacional es que algo malo está pasando“.
Por otra parte, cuando se ordenan reportajes de determinadas realidades
también se opta por el enfoque de lo pintoresco o insólito,
muy a menudo se exhiben prácticas chocantes y a veces francamente
de mal gusto que también contribuyen a afianzar una imagen negativa
cuando no repugnante sobre la gente y nuestros países.
Solazarse, por ejemplo, exhibiendo a gente de algún país
que come ratas. ¿Pero qué importancia informativa tiene
ese hecho y qué imagen puede formarse un europeo sobre personas
que incluyen en su menú ratas? ¿Qué objetivo se define
para mostrar este reportaje? O cuando se rastrea en los países
latinoamericanos la actividad más repugnante desde el punto de
vista de la pobreza.
Es obvio que no se pueden excluir programas que estén dirigidos
a provocar a quienes, en forma egoísta, disfrutan de todo, pero
nuestra realidad es variada y naturalmente no la agota un problema como
es, por ejemplo, aquél de las personas que viven de la basura o
en la basura.
Como resultado de este enfoque no puede extrañar a nadie que un
europeo común sea un ignorante de la realidad de nuestros países.
La mayoría de las personas que contacté ignoraba qué
idioma se habla en Chile y en general en los países latinoamericanos.
Muchos de los europeos conocidos son planetariamente incultos. El fenómeno
inverso también existe, como consecuencia de una política
exterior que no se interesa por otras realidades. Por eso tampoco este
país es conocido en nuestro medio.
Creo que esa orientación y visión de nuestra realidad en
Europa, en muchos casos, es mezquina, falsa, inmoral y hasta perversa
y conduce a que un ciudadano común europeo se forme una imagen
distorsionada de la realidad del llamado tercer mundo.
Existen
diarios de gran circulación y que disponen de suculentos subsidios
del Estado que demuestran una sensibilidad extraordinaria para tratar
aquellos actos delictuales en los cuales aparecen comprometidos extranjeros.
En esos casos siempre hay titulares de primera página. Es obvio
que tal actitud forma parte de una orientación, seguimiento y campaña
en contra de los extranjeros que, en buena medida, es financiada por todos
los austríacos a través de los recursos que otorga el Estado.
Esos medios no tratan de la misma manera las violaciones a la ley perpetradas
por nacionales así como trata aquéllas cometidas por extranjeros.
En relación a crímenes, por ejemplo, tengo una bitácora
de los que se han cometido en los últimos años. Son pavorosos,
pues muchos se ejecutan en la célula básica de la sociedad,
dentro de la propia familia. Se trata de hijos que asesinan bestialmente
a sus padres o éstos que arrebatan la vida a sus hijos. Crímenes
como los que aquí se perpetran horrorizaría incluso a nuestro
“Chacal de Nahueltoro.” Pero yo sé que estos hechos
anormales no constituye lo único ni lo principal de lo que ocurre
en este país.
Sin embargo, como consecuencia de la política de discriminación
de los medios de comunicación un europeo común mira a los
extranjeros como una amenaza a su convivencia, a su seguridad, o como
seguros portadores de enfermedades, sentimientos que son hábilmente
explotados por los partidos de la derecha o los nacionalistas.
¿Por qué no tratar a nuestros países así como
se trata Austria? ¿Por qué no enfrentar el bárbaro
criterio informativo de que sólo lo inconmensurablemente negativo
puede ser noticia? ¿Por qué no reflexionar en la responsabilidad
de los medios de comunicación para contribuir a mejorar las relaciones
internacionales? ¿Acaso con este enfoque discriminado no se está
contribuyendo al derrumbe de los valores a la vez que se alimenta la enemistad
y el odio de determinados sectores hacia los extranjeros de los países
en desarrollo? Y si discriminan, ¿por qué no lo hacen positivamente?
Y por último, ¿cuánta responsabilidad tiene la televisión
en la mantención y desarrollo del racismo latente y abierto en
esta sociedad?
El tema me hace recordar uno de los escritos morales de Humberto Eco que
concluía con la invitación a la prensa de su país
y a los políticos a que miren más el mundo, y a que se miren
menos en el espejo. El autor fundaba su afirmación no sólo
en que hay millares de europeos que están construyendo algo con
nosotros sino porque de nuestro crecimiento y crisis depende también
el futuro de sociedad europea.
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