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La tortura de Sophie
(Por Miguel Gómez S.)

 

Sonrío con agrado por su presencia y por satisfacer el hambre con tan buena merienda compartida con los inocultables sentimientos que flotan sobre la mesa y mientras sorbo el té caliente acaricio una de sus manos. La miro con malicia.
Nerviosa intuyo lo que ahora querrá; no obstante también sonrío pues me place esta atmósfera del silencio satisfecho creada después de beber el té, de comer el pan negro que proviene de una desconocida casa de María Rain, y de saborear el queso del Drautaler.
Reposo sobre la silla y de soslayo miro el reloj y advierto el inexorable avance de la hora y entonces digo : vamos. Presiono su mano.
No sé cómo se origina este estado tan idiota ni de dónde vienen esos escalofríos que convierten mi cuerpo en un temblor inmanejable cuando él dice vamos.
Me levanto y la invito con la mirada. No dejo escaparla. Advierto en ella ese prematuro nerviosismo y me imagino que a continuación hará una serie de movimientos inútiles para tratar de retrasar el escape de sus emociones. Ese tiempo lo tengo calculado.
Me suelto de su mano y digo que iré al baño. Veo mi cara enrojecida, temblores me sacuden. Levanto la falda y me siento intranquila. Escucho que grita que vaya.
Cuando entra cojo su mano para sentarla junto a mí sobre el sofá. Paso mi brazo izquierdo sobre sus hombros. Estoy algo inquieto, pero no me extraña porque ella está hoy extraordinariamente asustada. El miedo aparece en sus ojos y un temblor interminable estremece su cuerpo. Trato de tranquilizarla. La estrecho con ternura.
El toma ese aparato negro y lo dirige hacia el oscuro triángulo del rincón y cuando ya no puedo controlarme empiezo a sollozar porque él finalmente contacta el programa de noticias con sus crueldades y horrores de siempre. Oculto mi cabeza en su cuello y le suplico que no siga torturándome.

En cierta oportunidad dije a mis hijos que no siguieran viendo películas de horror. Me contestaron: Y ustedes, ¿cómo cada día miran el noticiero? ¿por qué ustedes sí y nosotros no?
Siempre he repetido que si bien somos básicamente iguales existe una multitud de diferencias entre la condición de padres y de hijos y que el advertirlas, evaluarlas y respetarlas ha sido y es un fin, en su buen sentido, de la actividad humana.
La televisión cuando informa sobre el horror no inventa sino refleja realidades. Pero si la función de los directivos y de los comunicadores sólo fuera el reflejar la realidad no tendría ninguna justificación su profesión. ¿Para qué estudiar durante años una carrera? ¿Para ser meros retratistas de lo que acontece?
Después de vivir algunos años en Europa y conocer el trabajo de los medios de comunicación, advierto que no tengo existencia personal ni tampoco tienen existencia nuestras instituciones, gobiernos, Estados. O para ser más exactos, tenemos una existencia precaria.
A veces aparecen en la televisión tumultuosas sesiones de parlamentarios de algún país tercermundista donde los legisladores exhiben sus cualidades para darse de golpes o tirarse del pelo. Se supone que así dirimen sus diferencias políticas o tales son los procedimientos para elaborar las leyes.
También la televisión se solaza exhibiendo el desarrollo de alguna guerra y exhibe a hombres, mujeres y niños tan famélicos como los sobrevivientes de los campos de concentración europeos al término de la segunda guerra mundial. Naturalmente no excluyo, ni mucho menos, programas bien logrados en el tratamiento del hambre, los conflictos y las guerras.
Otras formas de existencia que tenemos para el principal medio de comunicación son las catástrofes naturales y humanas: terremotos, inundaciones, terrorismo y comercio de drogas.
También he comprobado que informaciones importantes de países latinoamericanos son ignoradas sistemáticamente. Si me guiara por lo que dice el noticiero debería llegar a la conclusión que nuestros países son los más aburridos del mundo, pues nunca producen noticias.
A cualquiera persona bien nacida le indignaría este, al parecer, calculado falseamiento de nuestra realidad. Por desgracia este enfoque corresponde a una política de Estado, porque pecaríamos de ingenuos si no dijéramos que de alguna manera el pensamiento y la actividad de sus principales instituciones se refleja en la orientación informativa.
En numerosas oportunidades miré el programa televisivo buscando algo de América Latina. Es inimaginable pensar en encontrar alguna información de Chile. En los últimos años las dos únicas noticias que escuché fueron relativas a fenómenos climáticos: una que en Santiago, nuestra capital, había nevado y otra sobre inundaciones.

El mundo es para el ciudadano común de este país, naturalmente, Austria, Alemania, Italia, algunos otros países europeos y, obviamente, Estados Unidos. Esta visión está en estricta consonancia con los intereses económicos lo que significaría que existe una traslación mecánica del intercambio comercial hacia la política exterior. En menor medida está presente Japón. Los países vecinos, del Este, son considerados cuando se desarrolla en ellos algún conflicto o alguna guerra. Entonces Europa nombra a una personalidad relevante o comisiones que corren a apagar un incendio que no contribuyeron a prevenir.
Cuando existe alguna información sobre América Latina, Asia o África es casi invariablemente de carácter negativo. El criterio que prevalece en las jefaturas periodísticas es que aquellos países que no registran grandes hechos anormales, de carga negativa, no son noticia. Cuando un presidente chileno viajó a Europa la especialista en América Latina de „Der Spiegel“informó que no fue entrevistado porque „Chile es un país políticamente en orden y por eso no interesa“. En este caso la superficialidad de la afirmación sobre la realidad chilena fue demostrada con el cúmulo de sucesos que se registraron posteriormente alrededor de la detención de Pinochet en Londres.
Pero fue un corresponsal del „Frankfurter Allgemeine Zeitung“ el que con mayor precisión definió los criterios informativos cuando dijo que „Chile es un país que avanza, socialmente atrasado, pero políticamente estable. Por eso no se escribe sobre Chile y eso es algo bueno, porque cuando un país está en la mira de la prensa internacional es que algo malo está pasando“.
Por otra parte, cuando se ordenan reportajes de determinadas realidades también se opta por el enfoque de lo pintoresco o insólito, muy a menudo se exhiben prácticas chocantes y a veces francamente de mal gusto que también contribuyen a afianzar una imagen negativa cuando no repugnante sobre la gente y nuestros países.
Solazarse, por ejemplo, exhibiendo a gente de algún país que come ratas. ¿Pero qué importancia informativa tiene ese hecho y qué imagen puede formarse un europeo sobre personas que incluyen en su menú ratas? ¿Qué objetivo se define para mostrar este reportaje? O cuando se rastrea en los países latinoamericanos la actividad más repugnante desde el punto de vista de la pobreza.
Es obvio que no se pueden excluir programas que estén dirigidos a provocar a quienes, en forma egoísta, disfrutan de todo, pero nuestra realidad es variada y naturalmente no la agota un problema como es, por ejemplo, aquél de las personas que viven de la basura o en la basura.
Como resultado de este enfoque no puede extrañar a nadie que un europeo común sea un ignorante de la realidad de nuestros países. La mayoría de las personas que contacté ignoraba qué idioma se habla en Chile y en general en los países latinoamericanos. Muchos de los europeos conocidos son planetariamente incultos. El fenómeno inverso también existe, como consecuencia de una política exterior que no se interesa por otras realidades. Por eso tampoco este país es conocido en nuestro medio.
Creo que esa orientación y visión de nuestra realidad en Europa, en muchos casos, es mezquina, falsa, inmoral y hasta perversa y conduce a que un ciudadano común europeo se forme una imagen distorsionada de la realidad del llamado tercer mundo.

Existen diarios de gran circulación y que disponen de suculentos subsidios del Estado que demuestran una sensibilidad extraordinaria para tratar aquellos actos delictuales en los cuales aparecen comprometidos extranjeros. En esos casos siempre hay titulares de primera página. Es obvio que tal actitud forma parte de una orientación, seguimiento y campaña en contra de los extranjeros que, en buena medida, es financiada por todos los austríacos a través de los recursos que otorga el Estado.
Esos medios no tratan de la misma manera las violaciones a la ley perpetradas por nacionales así como trata aquéllas cometidas por extranjeros. En relación a crímenes, por ejemplo, tengo una bitácora de los que se han cometido en los últimos años. Son pavorosos, pues muchos se ejecutan en la célula básica de la sociedad, dentro de la propia familia. Se trata de hijos que asesinan bestialmente a sus padres o éstos que arrebatan la vida a sus hijos. Crímenes como los que aquí se perpetran horrorizaría incluso a nuestro “Chacal de Nahueltoro.” Pero yo sé que estos hechos anormales no constituye lo único ni lo principal de lo que ocurre en este país.
Sin embargo, como consecuencia de la política de discriminación de los medios de comunicación un europeo común mira a los extranjeros como una amenaza a su convivencia, a su seguridad, o como seguros portadores de enfermedades, sentimientos que son hábilmente explotados por los partidos de la derecha o los nacionalistas.
¿Por qué no tratar a nuestros países así como se trata Austria? ¿Por qué no enfrentar el bárbaro criterio informativo de que sólo lo inconmensurablemente negativo puede ser noticia? ¿Por qué no reflexionar en la responsabilidad de los medios de comunicación para contribuir a mejorar las relaciones internacionales? ¿Acaso con este enfoque discriminado no se está contribuyendo al derrumbe de los valores a la vez que se alimenta la enemistad y el odio de determinados sectores hacia los extranjeros de los países en desarrollo? Y si discriminan, ¿por qué no lo hacen positivamente? Y por último, ¿cuánta responsabilidad tiene la televisión en la mantención y desarrollo del racismo latente y abierto en esta sociedad?
El tema me hace recordar uno de los escritos morales de Humberto Eco que concluía con la invitación a la prensa de su país y a los políticos a que miren más el mundo, y a que se miren menos en el espejo. El autor fundaba su afirmación no sólo en que hay millares de europeos que están construyendo algo con nosotros sino porque de nuestro crecimiento y crisis depende también el futuro de sociedad europea.

 

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