Indescriptible
es la alegría cuando mi hijo se apoya fuertemente en mi brazo para
saltar y caminar en dirección a un gran negocio de computadores,
casetes, y CD, unidos por el mismo grato sentimiento del próximo
regalo, y donde un policía apostado al lado de la cajera, a la
entrada, me mira inquisitivamente sopesando cuán delincuente puedo
ser.
Esas son miradas como sorpresivos y directos golpes al corazón,
“como cuando sobre el hombro nos llama una palmada”, escribió
Vallejos.
Siento como una leve pérdida de fuerzas, recuerdo alguna clave
y respondo con enojo a esa comprensible mirada policial, que es consecuencia
de un fondo histórico y de una prédica constante de determinados
sectores en contra de los extranjeros de los países en desarrollo.
No soy amigo ni de policías ni de militares. Los primeros son simplemente
necesarios.
Mi experiencia me demostró, dolorosamente, que bajo determinadas
circunstancias, terrorismo de estado o conflicto bélico, cualquiera
de sus integrantes puede convertirse en delincuente, asesino o genocida.
Incluso los honorables cascos azules cayeron bajo sospecha de torturas
y violaciones a los derechos de las personas en un país africano.
Tengo anotado en mi libreta que en la aldea donde vivía un policía
siempre que se encontraba conmigo pedía mis documentos. Cuando
ocurrió la segunda vez pensé que olvidaba que ya había
revisado mi pasaporte. Pero a la tercera comenté que al parecer
tenía poco trabajo. Contestó en forma airada. Dije que me
estaba recordando a los policías de Pinochet. Se notaba una persona
que con facilidad perdía el control.
Jamás me impresioné por lo inmaculado de los uniformes.
En estas instituciones hay gente como cualquiera y, en ocasiones, según
la experiencia en mi país, peor que nosotros. La instrucción
para golpear a un adversario y torturarlo, para emplear las armas y matar,
fueron las diferencias claras sobre los civiles durante el tiempo de la
dictadura.
La
propaganda en contra de los extranjeros en Europa también conduce
a que espíritus primitivos consideren legítimo agredir y
hasta quemar las casas donde residen extranjeros, o llegar al asesinato
mediante acciones terroristas.
Tampoco se requiere gran imaginación o grandes esfuerzos intelectuales
porque existe un campo históricamente cultivado. Elías Canetti
es golpeado cuando tiene nueve años de edad, en Viena, por hablar
en inglés. Las canciones que pretendieron enseñarle en el
colegio constituían un código del odio hacia otros pueblos.
Escribió Canetti: „ La cuarta clase de la primaria, que fue
mi segunda en Viena, ya cayó en el tiempo de la guerra y todo de
lo que me acuerdo está vinculado con este acontecimiento. Recibimos
un cuaderno amarillo con canciones que de una u otra manera se refirieron
a la guerra. Se empezaba con el himno al emperador, que cantábamos
cada día como primer y último acto. Dos canciones del cuaderno
amarillo me eran cercanas: „Amanecer, amanecer, me estás
alumbrando hacia la muerte temprana“, pero mi más querida
canción empezaba con las palabras: „Allá a la orilla
del prado se sentaban dos grajos“, y creo que continuaba así:
„Si muero en tierra enemiga, caigo en Polonia“. Nosotros cantábamos
bastante de este libro amarillo de canciones, pero el tono de las canciones
seguramente era más soportable que las detestables y comprimidas
frases de odio las cuales encontraron su camino hasta nosotros, los alumnos
más pequeños. „Serbia tiene que morir“, „Cada
tiro un ruso“, „Cada golpe un francés“, „Cada
puntapié un inglés“.
El efecto de esta propaganda del odio es conocido, las victimas de la
agresión alemana sumaron millones, especialmente entre los rusos
y polacos. Respecto de los serbios no debe olvidarse que el ejército
de soldados alemanes y austríacos, que actuaron en el frente sur-este,
aniquiló a un millón 400 mil civiles.
Bajo estas consideraciones, quién puede permanecer indiferente
frente a la diaria propaganda política sobre la cuestión
de los extranjeros que se agita como si ese fuera el principal problema
y como si fuéramos nosotros, los extranjeros, los causantes de
las dificultades que tiene o pudiera tener el país. Cuando escucho
“la cuestión extranjera”, en el rutinario discurso
de la derecha, la asocio automáticamente a “la cuestión
judía”.
Es plenamente pertinente referirse a la responsabilidad política
y a la autoría intelectual de esas acciones terroristas por parte
de aquellos sectores políticos que atizan en el parlamento y/o
los medios de comunicación el odio hacia los extranjeros.
Expresiones de esta responsabilidad han sido, por ejemplo, las declaraciones
de representantes de partidos políticos que integran gobiernos
comunales. Algunos han instruído a las firmas de construción
privadas que realizan obras para el Estado de preferir a nacionales y
abstenerse de contratar extranjeros. Es obvio que se emplean en este caso
los recursos del Estado, es decir de todos y no de un determinado grupo,
para ejercer una presión que huele a chantaje, sobre las empresas.
Estas acciones alientan el odio de los trabajadores nacionales en contra
de los extranjeros los cuales aparecen como responsables de su cesantía,
y el grupo político, como Judas, se lava las manos respecto de
su incapacidad para crear nuevas fuentes laborales.
Los extranjeros, por su parte, se sienten como usurpadores de ocupaciones
nacionales. En muchos casos tales declaraciones producen miedo, puesto
que es conocido que cuando las condiciones políticas favorezcan
situaciones de violencia los extranjeros serán las primeras víctimas.
Naturalmente que no se dice que actualmente hay centenares de miles de
austríacos trabajando en el extranjero. En todo caso, la reflexión
de estos sectores conduce al disparate de que habría que reordenar
el mundo y hacer volver a todos los europeos y a los habitantes de otros
continentes a sus respectivos países. Ideas parecidas hubo sólo
bajo el nazismo cuando se pretendió implementar el traslado de
millones de judíos.
Con los contenidos actuales de este discurso anti-extranjero...¿no
estamos, acaso, en presencia de un terrorismo político ? ¿Y
qué es el terrorismo sino la prolongación con medios armados,
en forma anónima y cobarde, de ese terrorismo político?
Obviamente este irracionalismo del sector que promueve el odio hacia los
extranjeros se extiende a las personalidades austríacas que tienen
un enfoque diferente y que promueven una política de relaciones
justas, de entendimiento con los extranjeros, inmigrantes y exiliados.
En Francia, el Partido de Le Pen, realiza marchas para aterrorizar a los
extranjeros y para, supuestamente, defender la identidad nacional. Pero...
¿qué identidad nacional es esa que se esfumaría con
la presencia de un cinco o diez por ciento de extranjeros?
Creo que uno de los logros permanentes de la humanidad civilizada es comprender
la existencia de procesos globales en el desarrollo y de sus respectivas
expresiones particulares. La multietnicidad y la multiculturalidad son
realidades que mientras más pronto se las comprenda, será
tanto mejor para armonizar las relaciones internacionales y ponerlas en
un nuevo nivel.
Papá, papá, dice mi hijo que me tira de la manga. Ya encontré
lo que buscaba, agrega, y me muestra un casete de Benjamin Blünchen
como reportero. Bueno, vamos, le digo, y salimos sin volver a mirar al
policía que estaba apostado a la entrada del negocio.
Comenté
ante unos amigos que mi hija viajaba a Chile y planeaba hacer un reconocimiento
del país tanto hacia el norte, atraída por el desierto y
las culturas precolombinas, como hacia el sur que es, en verdad, como
llegar al fin del mundo.
Una de las personas que participaba en esta conversación dijo espontánea,
sincera y con gran asombro. ¿Y no tiene miedo que le ocurra algo?
Evidentemente los padres tienen miedo cuando sus hijos hacen algún
viaje, porque siempre representa un riesgo. Pero la exclamación
de esa amiga tenía que ver con la seguridad o inseguridad que puede
presentar un país. He visto que los diarios publican en primavera
una lista de países acompañada de una medición de
seguridad. La exclamación de esta amiga indicaba que un país
como el mío, o quizás toda la región, seguramente
estaba en la lista negra. O no estaba pero por extensión de otras
imágenes, y sobretodo, por ignorancia, mi país aparecía
como más inseguro que otros.
En verdad, si mi hija quisiera viajar, por ejemplo, a Bélgica,
yo no lo permitiría. ¿Cuántas muchachas de esas edades
no han sido allí secuestradas, golpeadas, violadas y mantenidas
en un calvario que se ha prolongado durante meses hasta su asesinato?
Y lo que es peor, la indefensión de los familiares ante la falta
de justicia.
Para qué hablar de Suiza si es mundialmente conocido que parte
de su prosperidad y condiciones de seguridad, que ofrece a los turistas,
fueron construidas con el oro de millones de dientes extraídos
a las víctimas de la segunda guerra mundial antes de hacerlas entrar
a los crematorios. ¿Por qué el factor moral no se incluye
en las determinaciones turísticas?
Si mi hijo quisiera estar un par de semanas con su carpa en algún
camping de Oberösterreich tampoco lo permitiría después
de conocer que un honorable profesional utilizó a más de
ciento cincuenta muchachos en perversos juegos que filmaba para venderlos
a una amplia clientela de enfermos sexuales.
Esta clientela determina que el turismo sexual se presente como oferta
atrayente. Representa nada menos que sobre 5 mil millones de dólares
anuales. La principal demanda proviene naturalmente de países desarrollados,
en primer lugar, Estados Unidos, luego Alemania, seguido de Australia
y el Reino Unido.
Los primeros europeos buscaron en nuestros países el oro y la fama,
ahora muchos viajan con dinero para contribuir a la corrupción.
La propaganda „todo incluído“ tiene una intención
inequívoca. La demanda creció tanto que los mismos europeos
debieron crear organizaciones para defender a los niños de algunos
países del este y el sur asiáticos y de Brasil de la exportación
de las perversiones.
Creo
que en el campo netamente delictual y criminal también debe hilarse
más delgado a la hora de los análisis y consideraciones.
Anoté las estadísticas de un programa televisivo que informó
sobre las raterías que se cometen en los mercados. Se trata de
robos de licores, perfumes, joyas, etc. El monto anual suma varios millones.
Estos robos son perpetrados casi en su totalidad por nacionales.
Es obvio que entre los extranjeros hay delincuentes. En el caso de los
chilenos hubo organizaciones que realizaron suculentos negocios sacando
a personas del país que no eran perseguidos políticos.
Este operativo se realizó cuando muchos países europeos
mantenían sus puertas abiertas a los perseguidos por la dictadura
y los recibían con extraordinaria generosidad. Pero se infiltraron
delincuentes, los „patos malos“, que desprestigiaron el exilio.
Existe la fundada sospecha de que la dictadura no fue ajena a ese operativo.
He escuchado de la frustración de algunas hermosas muchachas vienesas,
que con el mejor espíritu del mundo buscan relacionarse con latinoamericanos
y caen en las garras de esos sujetos.
No sé cuál es la causa pero creo que este país es
uno de los pocos que tiene un Museo del Crimen. El escritor y germanista,
Claudio Magris, cuando lo visitó en Viena anotó que „el
amable funcionario de policía que me sirve de cicerone en el Museo
del Crimen se siente orgulloso de los delitos y de los delincuentes que
me enseña, de la misma manera que el director de los Uffizi puede
estar orgulloso de sus Rafaele y de sus Botticelli“.
Magris describe en su fascinante libro „El Danubio“ la profunda
impresión que le produjeron las fotografías de Josefine
Luner y Anna Agustin, verdugo y víctima, esta última de
catorce anos de edad, más niña que muchacha, torturada por
la señora Luner hasta la muerte.
Esta descripción la recuerdo porque al fin y al cabo parece ser
que algunos de esos horrorosos crímenes forman una tradición,
pues la Viuda Negra de los años noventa no es sino una reedición
de la señora Luner. La diferencia es que se logró salvar
con vida a la joven víctima de las crueldades.
Por eso me parece injusto que un policía me discrimine suponiendo
sólo por mi condición de extranjero de piel oscura que potencialmente
sería un delincuente. Cuando he debido someterme a esos controles
policiales, tan habituales por mi apariencia, he tenido la tentación
de preguntar si parezco sospechoso de haber asesinado a los cuatro gitanos
de Oberwart.
No es mi objeto escribir sobre la corrupción, porque sería
abrir la caja de Pandora. Hay numerosos libros publicados sobre el tema.
En todo caso nadie podrá convencerme que en mi país hay
más corrupción que en Europa.
Una de las diferencias es que tenemos una mayor cantidad de delincuentes
de poca monta, que realizan raterías. Es más común
en Europa que figuras nacionales sean ejecutores de grandes estafas. Es
obvio que produce mayor corrupción en un país el robo perpetrado
por alguna destacada personalidad del mundo de la política o de
las finanzas comparado con el realizado por un ratero común. Y
esto sin hablar de la mafia organizada internacionalmente.
Cuando
visité el Museo del Crimen me asombró el enfoque con que
fue seleccionado el material expuesto. Los espeluznantes casos de asesinatos,
que forman parte de la historia de delitos comunes, y el desarrollo de
la organización y los métodos policiales para enfrentarlos
corresponde a una idea clara.
Pero es inexplicable el porqué participantes de la revolución
de 1848, o de quienes atentaron contra la vida del emperador, José
I, o en contra del Ministro-presidente, Graf Sturgkh, en 1916, aparecen
en un museo junto a delincuentes comunes. Estos últimos corresponden
a procesos y hechos políticos innegables. No parece comprensible
el que aparezcan en el mismo plano el despiadado asesino de mujeres, Hugo
Schhenk, y el jefe de un diario socialista, Friedlich Adler.
Todo crimen es condenable, pero en nuestro país hubo sectores democráticos
que diferenciaron entre delitos comunes y delitos políticos y,
en consecuencia, entre reos comunes y presos políticos, porque
corresponden a esferas distintas.
Esta diferencia fue rechazada siempre por Pinochet el cual pretendió
hacer lo mismo que se ve en el Museo del Crimen de Viena: equiparar delitos
comunes a delitos políticos, siempre que éstos últimos
sean ejecutados por opositores.
Se trataba de un enfoque tendencioso, pues Pinochet calificaba de delincuentes
a quienes luchaban con las armas en el bando contrario y eximía
de toda responsabilidad a quienes perpetraron numerosos asesinatos en
la aplicación de su política terrorista enmarcada en su
„guerra interna“. Con el objeto de favorecer a sus hombres
impuso una ley de amnistía.
Un enfoque similar encontré en el Museo del Crimen. Si yo estuviera
equivocado en mis apreciaciones y fuese correcto presentar de la misma
manera tanto los delitos comunes como los políticos surge, al menos,
una pregunta: ¿ Por qué no figuran Hitler y muchos de sus
lugartenientes austríacos en el Museo del Crimen? Si se es consecuente
con el criterio con que fue seleccionado y elaborado el material deberían
ocupar una o dos salas o debería ser inaugurado un nuevo museo,
el Museo del Crimen Político.
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