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Como palmadas
(Por Miguel Gómez S.)

 

Indescriptible es la alegría cuando mi hijo se apoya fuertemente en mi brazo para saltar y caminar en dirección a un gran negocio de computadores, casetes, y CD, unidos por el mismo grato sentimiento del próximo regalo, y donde un policía apostado al lado de la cajera, a la entrada, me mira inquisitivamente sopesando cuán delincuente puedo ser.
Esas son miradas como sorpresivos y directos golpes al corazón, “como cuando sobre el hombro nos llama una palmada”, escribió Vallejos.
Siento como una leve pérdida de fuerzas, recuerdo alguna clave y respondo con enojo a esa comprensible mirada policial, que es consecuencia de un fondo histórico y de una prédica constante de determinados sectores en contra de los extranjeros de los países en desarrollo.
No soy amigo ni de policías ni de militares. Los primeros son simplemente necesarios.
Mi experiencia me demostró, dolorosamente, que bajo determinadas circunstancias, terrorismo de estado o conflicto bélico, cualquiera de sus integrantes puede convertirse en delincuente, asesino o genocida. Incluso los honorables cascos azules cayeron bajo sospecha de torturas y violaciones a los derechos de las personas en un país africano.
Tengo anotado en mi libreta que en la aldea donde vivía un policía siempre que se encontraba conmigo pedía mis documentos. Cuando ocurrió la segunda vez pensé que olvidaba que ya había revisado mi pasaporte. Pero a la tercera comenté que al parecer tenía poco trabajo. Contestó en forma airada. Dije que me estaba recordando a los policías de Pinochet. Se notaba una persona que con facilidad perdía el control.
Jamás me impresioné por lo inmaculado de los uniformes. En estas instituciones hay gente como cualquiera y, en ocasiones, según la experiencia en mi país, peor que nosotros. La instrucción para golpear a un adversario y torturarlo, para emplear las armas y matar, fueron las diferencias claras sobre los civiles durante el tiempo de la dictadura.

La propaganda en contra de los extranjeros en Europa también conduce a que espíritus primitivos consideren legítimo agredir y hasta quemar las casas donde residen extranjeros, o llegar al asesinato mediante acciones terroristas.
Tampoco se requiere gran imaginación o grandes esfuerzos intelectuales porque existe un campo históricamente cultivado. Elías Canetti es golpeado cuando tiene nueve años de edad, en Viena, por hablar en inglés. Las canciones que pretendieron enseñarle en el colegio constituían un código del odio hacia otros pueblos.
Escribió Canetti: „ La cuarta clase de la primaria, que fue mi segunda en Viena, ya cayó en el tiempo de la guerra y todo de lo que me acuerdo está vinculado con este acontecimiento. Recibimos un cuaderno amarillo con canciones que de una u otra manera se refirieron a la guerra. Se empezaba con el himno al emperador, que cantábamos cada día como primer y último acto. Dos canciones del cuaderno amarillo me eran cercanas: „Amanecer, amanecer, me estás alumbrando hacia la muerte temprana“, pero mi más querida canción empezaba con las palabras: „Allá a la orilla del prado se sentaban dos grajos“, y creo que continuaba así: „Si muero en tierra enemiga, caigo en Polonia“. Nosotros cantábamos bastante de este libro amarillo de canciones, pero el tono de las canciones seguramente era más soportable que las detestables y comprimidas frases de odio las cuales encontraron su camino hasta nosotros, los alumnos más pequeños. „Serbia tiene que morir“, „Cada tiro un ruso“, „Cada golpe un francés“, „Cada puntapié un inglés“.
El efecto de esta propaganda del odio es conocido, las victimas de la agresión alemana sumaron millones, especialmente entre los rusos y polacos. Respecto de los serbios no debe olvidarse que el ejército de soldados alemanes y austríacos, que actuaron en el frente sur-este, aniquiló a un millón 400 mil civiles.
Bajo estas consideraciones, quién puede permanecer indiferente frente a la diaria propaganda política sobre la cuestión de los extranjeros que se agita como si ese fuera el principal problema y como si fuéramos nosotros, los extranjeros, los causantes de las dificultades que tiene o pudiera tener el país. Cuando escucho “la cuestión extranjera”, en el rutinario discurso de la derecha, la asocio automáticamente a “la cuestión judía”.
Es plenamente pertinente referirse a la responsabilidad política y a la autoría intelectual de esas acciones terroristas por parte de aquellos sectores políticos que atizan en el parlamento y/o los medios de comunicación el odio hacia los extranjeros.
Expresiones de esta responsabilidad han sido, por ejemplo, las declaraciones de representantes de partidos políticos que integran gobiernos comunales. Algunos han instruído a las firmas de construción privadas que realizan obras para el Estado de preferir a nacionales y abstenerse de contratar extranjeros. Es obvio que se emplean en este caso los recursos del Estado, es decir de todos y no de un determinado grupo, para ejercer una presión que huele a chantaje, sobre las empresas.
Estas acciones alientan el odio de los trabajadores nacionales en contra de los extranjeros los cuales aparecen como responsables de su cesantía, y el grupo político, como Judas, se lava las manos respecto de su incapacidad para crear nuevas fuentes laborales.
Los extranjeros, por su parte, se sienten como usurpadores de ocupaciones nacionales. En muchos casos tales declaraciones producen miedo, puesto que es conocido que cuando las condiciones políticas favorezcan situaciones de violencia los extranjeros serán las primeras víctimas.
Naturalmente que no se dice que actualmente hay centenares de miles de austríacos trabajando en el extranjero. En todo caso, la reflexión de estos sectores conduce al disparate de que habría que reordenar el mundo y hacer volver a todos los europeos y a los habitantes de otros continentes a sus respectivos países. Ideas parecidas hubo sólo bajo el nazismo cuando se pretendió implementar el traslado de millones de judíos.
Con los contenidos actuales de este discurso anti-extranjero...¿no estamos, acaso, en presencia de un terrorismo político ? ¿Y qué es el terrorismo sino la prolongación con medios armados, en forma anónima y cobarde, de ese terrorismo político?
Obviamente este irracionalismo del sector que promueve el odio hacia los extranjeros se extiende a las personalidades austríacas que tienen un enfoque diferente y que promueven una política de relaciones justas, de entendimiento con los extranjeros, inmigrantes y exiliados.
En Francia, el Partido de Le Pen, realiza marchas para aterrorizar a los extranjeros y para, supuestamente, defender la identidad nacional. Pero... ¿qué identidad nacional es esa que se esfumaría con la presencia de un cinco o diez por ciento de extranjeros?
Creo que uno de los logros permanentes de la humanidad civilizada es comprender la existencia de procesos globales en el desarrollo y de sus respectivas expresiones particulares. La multietnicidad y la multiculturalidad son realidades que mientras más pronto se las comprenda, será tanto mejor para armonizar las relaciones internacionales y ponerlas en un nuevo nivel.
Papá, papá, dice mi hijo que me tira de la manga. Ya encontré lo que buscaba, agrega, y me muestra un casete de Benjamin Blünchen como reportero. Bueno, vamos, le digo, y salimos sin volver a mirar al policía que estaba apostado a la entrada del negocio.

Comenté ante unos amigos que mi hija viajaba a Chile y planeaba hacer un reconocimiento del país tanto hacia el norte, atraída por el desierto y las culturas precolombinas, como hacia el sur que es, en verdad, como llegar al fin del mundo.
Una de las personas que participaba en esta conversación dijo espontánea, sincera y con gran asombro. ¿Y no tiene miedo que le ocurra algo?
Evidentemente los padres tienen miedo cuando sus hijos hacen algún viaje, porque siempre representa un riesgo. Pero la exclamación de esa amiga tenía que ver con la seguridad o inseguridad que puede presentar un país. He visto que los diarios publican en primavera una lista de países acompañada de una medición de seguridad. La exclamación de esta amiga indicaba que un país como el mío, o quizás toda la región, seguramente estaba en la lista negra. O no estaba pero por extensión de otras imágenes, y sobretodo, por ignorancia, mi país aparecía como más inseguro que otros.
En verdad, si mi hija quisiera viajar, por ejemplo, a Bélgica, yo no lo permitiría. ¿Cuántas muchachas de esas edades no han sido allí secuestradas, golpeadas, violadas y mantenidas en un calvario que se ha prolongado durante meses hasta su asesinato? Y lo que es peor, la indefensión de los familiares ante la falta de justicia.
Para qué hablar de Suiza si es mundialmente conocido que parte de su prosperidad y condiciones de seguridad, que ofrece a los turistas, fueron construidas con el oro de millones de dientes extraídos a las víctimas de la segunda guerra mundial antes de hacerlas entrar a los crematorios. ¿Por qué el factor moral no se incluye en las determinaciones turísticas?
Si mi hijo quisiera estar un par de semanas con su carpa en algún camping de Oberösterreich tampoco lo permitiría después de conocer que un honorable profesional utilizó a más de ciento cincuenta muchachos en perversos juegos que filmaba para venderlos a una amplia clientela de enfermos sexuales.
Esta clientela determina que el turismo sexual se presente como oferta atrayente. Representa nada menos que sobre 5 mil millones de dólares anuales. La principal demanda proviene naturalmente de países desarrollados, en primer lugar, Estados Unidos, luego Alemania, seguido de Australia y el Reino Unido.
Los primeros europeos buscaron en nuestros países el oro y la fama, ahora muchos viajan con dinero para contribuir a la corrupción. La propaganda „todo incluído“ tiene una intención inequívoca. La demanda creció tanto que los mismos europeos debieron crear organizaciones para defender a los niños de algunos países del este y el sur asiáticos y de Brasil de la exportación de las perversiones.

Creo que en el campo netamente delictual y criminal también debe hilarse más delgado a la hora de los análisis y consideraciones.
Anoté las estadísticas de un programa televisivo que informó sobre las raterías que se cometen en los mercados. Se trata de robos de licores, perfumes, joyas, etc. El monto anual suma varios millones. Estos robos son perpetrados casi en su totalidad por nacionales.
Es obvio que entre los extranjeros hay delincuentes. En el caso de los chilenos hubo organizaciones que realizaron suculentos negocios sacando a personas del país que no eran perseguidos políticos.
Este operativo se realizó cuando muchos países europeos mantenían sus puertas abiertas a los perseguidos por la dictadura y los recibían con extraordinaria generosidad. Pero se infiltraron delincuentes, los „patos malos“, que desprestigiaron el exilio.
Existe la fundada sospecha de que la dictadura no fue ajena a ese operativo. He escuchado de la frustración de algunas hermosas muchachas vienesas, que con el mejor espíritu del mundo buscan relacionarse con latinoamericanos y caen en las garras de esos sujetos.
No sé cuál es la causa pero creo que este país es uno de los pocos que tiene un Museo del Crimen. El escritor y germanista, Claudio Magris, cuando lo visitó en Viena anotó que „el amable funcionario de policía que me sirve de cicerone en el Museo del Crimen se siente orgulloso de los delitos y de los delincuentes que me enseña, de la misma manera que el director de los Uffizi puede estar orgulloso de sus Rafaele y de sus Botticelli“.
Magris describe en su fascinante libro „El Danubio“ la profunda impresión que le produjeron las fotografías de Josefine Luner y Anna Agustin, verdugo y víctima, esta última de catorce anos de edad, más niña que muchacha, torturada por la señora Luner hasta la muerte.
Esta descripción la recuerdo porque al fin y al cabo parece ser que algunos de esos horrorosos crímenes forman una tradición, pues la Viuda Negra de los años noventa no es sino una reedición de la señora Luner. La diferencia es que se logró salvar con vida a la joven víctima de las crueldades.
Por eso me parece injusto que un policía me discrimine suponiendo sólo por mi condición de extranjero de piel oscura que potencialmente sería un delincuente. Cuando he debido someterme a esos controles policiales, tan habituales por mi apariencia, he tenido la tentación de preguntar si parezco sospechoso de haber asesinado a los cuatro gitanos de Oberwart.
No es mi objeto escribir sobre la corrupción, porque sería abrir la caja de Pandora. Hay numerosos libros publicados sobre el tema. En todo caso nadie podrá convencerme que en mi país hay más corrupción que en Europa.
Una de las diferencias es que tenemos una mayor cantidad de delincuentes de poca monta, que realizan raterías. Es más común en Europa que figuras nacionales sean ejecutores de grandes estafas. Es obvio que produce mayor corrupción en un país el robo perpetrado por alguna destacada personalidad del mundo de la política o de las finanzas comparado con el realizado por un ratero común. Y esto sin hablar de la mafia organizada internacionalmente.

Cuando visité el Museo del Crimen me asombró el enfoque con que fue seleccionado el material expuesto. Los espeluznantes casos de asesinatos, que forman parte de la historia de delitos comunes, y el desarrollo de la organización y los métodos policiales para enfrentarlos corresponde a una idea clara.
Pero es inexplicable el porqué participantes de la revolución de 1848, o de quienes atentaron contra la vida del emperador, José I, o en contra del Ministro-presidente, Graf Sturgkh, en 1916, aparecen en un museo junto a delincuentes comunes. Estos últimos corresponden a procesos y hechos políticos innegables. No parece comprensible el que aparezcan en el mismo plano el despiadado asesino de mujeres, Hugo Schhenk, y el jefe de un diario socialista, Friedlich Adler.
Todo crimen es condenable, pero en nuestro país hubo sectores democráticos que diferenciaron entre delitos comunes y delitos políticos y, en consecuencia, entre reos comunes y presos políticos, porque corresponden a esferas distintas.
Esta diferencia fue rechazada siempre por Pinochet el cual pretendió hacer lo mismo que se ve en el Museo del Crimen de Viena: equiparar delitos comunes a delitos políticos, siempre que éstos últimos sean ejecutados por opositores.
Se trataba de un enfoque tendencioso, pues Pinochet calificaba de delincuentes a quienes luchaban con las armas en el bando contrario y eximía de toda responsabilidad a quienes perpetraron numerosos asesinatos en la aplicación de su política terrorista enmarcada en su „guerra interna“. Con el objeto de favorecer a sus hombres impuso una ley de amnistía.
Un enfoque similar encontré en el Museo del Crimen. Si yo estuviera equivocado en mis apreciaciones y fuese correcto presentar de la misma manera tanto los delitos comunes como los políticos surge, al menos, una pregunta: ¿ Por qué no figuran Hitler y muchos de sus lugartenientes austríacos en el Museo del Crimen? Si se es consecuente con el criterio con que fue seleccionado y elaborado el material deberían ocupar una o dos salas o debería ser inaugurado un nuevo museo, el Museo del Crimen Político.

 

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